La producción cinematográfica de ficción en el país, hasta hace 15 años, ha sido pobre o, mejor dicho, nula. Lejos están los días de Guillermo Escalón, Alejandro Coto y David Calderón. Vivimos de los recuerdos de lo que un día se hizo bien, pero que lamentablemente no trascendió en el tiempo. Su legado se disipó y desde entonces solo sirve a los que vivieron esa experiencia para contar historias y anécdotas. Lamentablemente no quedó escuela de ese primer intento serio en los años sesenta y setenta de querer hacer cine en El Salvador.
Con el devenir de la guerra, en los ochenta, llegó al país una legión de periodistas y documentalistas que registraron el conflicto durante más de 10 años, quienes, además, contrataron a personas locales para que les sirvieran primero de guías y después de asistentes técnicos. Muchos de esos jóvenes contratados, ni cortos ni perezosos, se convirtieron en poco tiempo en camarógrafos y fotógrafos empíricos que, por su audacia, calidad y profesionalismo, eran contratados por cadenas internacionales de noticias para cubrir el conflicto centroamericano y luego llevados a Oriente Medio o donde explotara un conflicto semejante al nuestro. Tenían una gran demanda.
Una vez terminada la guerra, esos camarógrafos y técnicos nacionales se vieron en la triste realidad ya sea de ser contratados por las televisoras locales con sueldos nada lucrativos o migrar al Norte y trabajar en los canales hispanos locales. Lamentablemente esa experiencia y conocimiento adquiridos no fueron aprovechados y prácticamente han sido pocos los que se dedicaron a producir independientemente.
La publicidad
A finales de los noventa, la publicidad en este país vivió un tipo de boom financiero donde las marcas comerciales invirtieron fuertes cantidades de dinero en la creación de «spots» publicitarios, pagar hasta $100,000 por producir un comercial de 30 segundos no asustaba.
Las agencias publicitarias empezaron a demandar a las productoras locales la contratación de directores o de directores de fotografía internacionales para crear productos altamente competitivos, según lo dictaba el mercado. Esos extranjeros, que en su mayoría eran argentinos, mexicanos y chilenos, traían la experiencia de haber hecho cine en sus países y manejaban todo el proceso de producción que se asemeja mucho a las producciones de películas.
Igual que como sucedió con los reporteros y documentalistas de los ochenta, empezaron a formar localmente una generación de maquillistas, directoras de arte, directores, guionistas de comerciales, continuistas, etc. Es decir, técnicos que trabajaban en la publicidad y que era lo más cercano a hacer cine. Pronto se dieron cuenta de que las mismas exigencias que se requerían en la producción de «spots» comerciales son las que se empleaban en la producción de películas. Valga la comparación.
En este momento, a principios de 2000, aparece en la escena Arturo Menéndez tocando puertas con el sueño de producir ficción en el país. Sin temor a equivocarme, es con «Cinema Libertad» y «Paravolar» que comienza un nuevo ciclo de la producción cinematográfica en el país, que fueron cortos, sí, pero estas piezas marcan un antes y después.
Ya en estas producciones, Arturo, que venía de estudiar en España y Nueva York, hecha mano de la experiencia empírica del talento técnico local que existía por el trabajo en la publicidad. Por ejemplo, Frank Moreno fue el director de fotografía y su experiencia se limitaba en haber trabajado con las agencias de publicidad, al igual que los maquillistas Ricardo Orellana, Max Alas y Luis Javier Funes, como asistentes de dirección, mientras Rósemberg Rivas estuvo a cargo de la dirección de arte. El único que tenía experiencia cinematográfica de ese grupo era Paolo Hasbún, que se había graduado como sonidista en la Escuela de Cine de Cuba.
Haber llevado esos cortos al cine fue un evento histórico que motivó a otros, directa o indirectamente, a que se lanzaran a producir.
¿Y ahora qué está pasando?
El lunes 28 de junio se conocerá a los ganadores de las diferentes categorías del Segundo Festival de Cortos Realizados con Celular. Si el primer festival el año pasado nos sorprendió a todos porque recibimos más de 300 trabajos, este año, aunque no recibimos la misma cantidad, fueron la no tan despreciable cifra cerca de 200 obras, entre audiovisuales y guiones.
El Festival de Cortos Realizados con Celular fue concebido por la Primera Escuela de Cine y Arte Audiovisual en medio de la pandemia, con la idea de darles a los jóvenes, y no tan jóvenes, una opción para no solo lidiar con el estrés de la pandemia, sino también descubrir cómo estamos en la parte creativa y, sobre todo, la capacidad de producir con pocos recursos técnicos y económicos. Es cierto que recibimos trabajos prematuros en su estructura narrativa, que el guion en una buena parte de ellos era el gran ausente y que a nivel técnico de producción destacaban algunos por el buen uso de la luz, los encuadres, pero también otros necesitaban ponerle coco al audio, a la actuación y a la dirección, que fue una deuda recurrente.
Pero vuelvo y repito: en medio de ese mar de creaciones encontramos más de una docena de trabajos con niveles para competir a escala internacional. Varios de estos trabajos fueron dignos representantes en festivales fuera de El Salvador. En Escine, tanto con los resultados del primer festival como con los de esta segunda edición, seguimos convencidos de que vale la pena seguir apostándole a la generación y al fortalecimiento del conocimiento del talento existente en el país.
La calidad de los trabajos concursantes nos confirma lo que sin ninguna base científica suponíamos: en el país hay una generación de jóvenes que vienen demandando oportunidades para producir y, sobre todo, refuerzan la existencia misma de Escine para continuar con nuestro propósito de ser un peldaño que contribuya a impulsar la formación y consolidación técnica-académica de la cinematografía en El Salvador.
Este año buscamos ir más allá de lo que hicimos el año pasado; creamos nuevas categorías, entre las que incluimos la de guion, porque una cosa es que tengamos ideas, que tengamos historias, y otra cosa es escribir esas ideas o historias en un guion para convertirlas en cortos de ficción. Mañana será la premiación del segundo festival, y con una enorme sonrisa de satisfacción e inspiración les adelanto que en El Salvador hay madera, hay una cantidad de brillantes que pronto estarán trascendiendo y haciendo brillar el talento de nuestro país.
Queda ahora en nuestras manos, como productores y cineastas veteranos, apoyarlos y lograr, en conjunto, consolidar por primera vez la industria cinematográfica salvadoreña.