Suena mi celular; al contestar, la niña Alicia me dice: «Mire, Chino, yo le voy a contar qué es lo que se me vino a la mente cuando vi al presidente entregar esas computadoras».
Yo: Ajá, niña Alicia, cuénteme.
Niña Alicia: Yo no sé si usted se acuerda de los botes de leche Ceteco y de los cutuquitos de lápices.
Yo: Hasta me empaché con esa leche, cuando de noche de escondidas agarraba lo que le cabía a mi mano y me lo llevaba a la boca con el miedo de que me descubrieran. Lo de los lápices siempre use Mongol 2 hasta que llegaban casi al borrador, así es que entiendo de lo que me está hablando, niña Alicia, pero dígaame ¿qué tiene que ver el bote de Ceteco y los cutuquitos de lápices con las entregas de computadoras?
Niña Alicia: Mire, usted sabe que antes de ser socióloga fui maestra normalista y que para mi primer año como profesora me tocó, como a todas mis compañeras maestras, ir a dar clases a los cantones más escondidos del país, y para llegar a las escuelitas donde enseñábamos había que camellar desde donde la dejaba a una el bus hasta el caserío donde nos habían asignado.
En esas escuelitas a veces no había suficientes pupitres, y por eso le pedíamos a los padres de familia que nos recolectaran los botes de Ceteco vacíos para usarlos como asientos para los cipotes. Los cutuquitos de lápices se los mencioné porque era tanta la miseria en la que vivían esos cipotes que ni para lápices tenían sus tatas, y por eso nosotras nos rebuscábamos y apoyábamos entre todas recogiendo los cutuquitos de lápices que dejaban en las escuelas de la ciudad y los poníamos dentro de uno de los botes de leche Ceteco para que esos cipotes pudieran aprender a escribir.
Sin siquiera tomar aire para seguir narrándome parte de su vida, me volvió a machacar que fueron precisamente esas condiciones por las que muchos maestros de su generación se involucraron en el principal sindicato de maestros en los años setenta.
Yo aún no le encontraba la lógica de su mención entre su historia de vida con la entrega de computadoras del presidente. De pronto la llamada se cayó, pues donde estaba la señal me fallaba y no pude seguir escuchándola, pero me dio el tiempo para repasar un tanto la vida de la niña Alicia.
Ella fue una maestra que salió de lo que en ese entonces se le conocía como una ejemplar e integral generación de docentes conocidos como «los normalistas». En la Escuela Normal Alberto Masferrer se formaba a los profesores, y en la Escuela Normal España se preparaba a las maestras. Esta generación de maestros vivió una serie de contradicciones y palpó la pobreza y miseria en la que vivían miles de familias, razones por las que muchos se unieron a la organización ANDES 21 de Junio.
Ella, que realmente no era una militante de izquierda, por ser parte de ANDES, fue capturada junto con un grupo de sus compañeras por la Policía de Hacienda. En ese período fue torturada por las noches y sometida a toda clase de guerra psicológica.
En un principio fueron declaradas como desaparecidas, pero la presión social de la población civil fue tal que las autoridades tuvieron que reconocer que estaban en manos de los cuerpos represivos. Fueron acusadas de estar organizadas con la guerrilla y fueron enviadas a cárcel de mujeres. Ahí pasaron 11 meses, hasta que, si no es por el secuestro de la hija de Napoleón Duarte, que obligó al Gobierno a dar una amnistía a los presos políticos, pudieron salir libres. La niña Alicia y todas tuvieron que abandonar el país. Canadá, México y Nicaragua fueron los países que estaban dispuestos a recibir a los exiliados por medio de la Cruz Roja Internacional.
La niña Alicia quería ir a Canadá, pero su organización le impuso que se fuera a Nicaragua para su exilio. Migró con sus dos hijas y su hijo a principios de los ochenta, período de mucha turbulencia interna en la organización a la que pertenecía. La mayoría de sus compañeros estaban divididos entre Marcial y Ana María, producto de una purga interna que desencadenó una serie de trágicos y dantescos eventos. Ella fue acusada de traición por su propia gente, la acusaban de ser del MOR (pro Marcial).
Totalmente desconcertada por los acontecimientos, decidió apartarse de toda actividad política y se las ingenió para sobrevivir de forma autónoma en Managua. Nunca entendió cómo sus compañeros de toda la vida, con los que había sufrido la persecución, la cárcel y el destierro por diferencias políticas, eran capaces de bloquear todo intento de seguir ejerciendo su profesión de maestra aun en tierras lejana por el simple hecho de disentir.
Una vez terminada la guerra en El Salvador, decidió regresar, pero fue bloqueada en Managua por sus excompañeros para no poder salir, pero se las ingenió nuevamente y logró su propósito. Una vez aquí, trató de incorporarse nuevamente a la sociedad, pues después de 10 años de exilio era un país totalmente diferente. Nuevamente no encontró apoyo de ningún compañero, pero gracias a su profesión de socióloga y maestra, logró insertarse laboralmente.
A pesar de sus desacuerdos, siempre fue fiel a sus principios de izquierda y siguió apoyando «la causa», votó de manera cívica por los que consideraba que eran lo más cercano a lo que ella pensaba. Jamás le daría un voto a ARENA. Con el tiempo, fue desilusionándose y cada vez más creció la apatía electoral en ella. Fue a votar en las primeras presidenciales, en las de diputados y en las de su municipio, lo hacía no tanto porque se identificaba con los candidatos del partido, al cual ya no pertenecía, sino más bien porque estaba atada a su pasado de nostalgia.
Lo primero que mermó su simpatía fue, entre otras cosas, la imposición que hizo la dirección del partido de una candidata a la alcaldía que resultó todo un fiasco para el municipio, luego se fue llenando de frustraciones al ver que los diputados del partido por el que votaba poco a poco fueron apartándose de sus ideales repitiendo patrones de conducta de los gobiernos anteriores, velando por sus propios intereses y olvidándose de los motivos que les impulsaron a iniciar una lucha por una sociedad más justa. Fue entonces que dejó de creer en votar.
Niña Alicia: Alo, Chino, ¿hoy si me escucha?
Yo: Muy claro.
Niña Alicia: Mire, para no quitarle tanto el tiempo, lo que le quería decir es que esta acción del presidente de dar computadoras a estudiantes y maestros viene a reafirmar que no me equivoqué cuando, después de dos elecciones de no votar para presidente, decidí darle el voto a Nayib, y no me arrepiento.
Para mí, esta entrega de esos equipos me hizo remontarme a mis tiempos de maestra, en los que me tocó compartir la enseñanza con maestras que si bien es cierto muchas de ellas no tenían la formación académica porque solo habían cursado hasta sexto grado, ellas tenían la vocación, las capacidades y habilidades para enseñar, y ejercíamos en un sistema educativo precario.
Por eso hoy, al ver este acierto de entrega de computadoras, lo veo como una reivindicación para todas aquellas maestras que sin muchos recursos solo nos movía la pasión por enseñar. Lejos queda hoy el recuerdo del bote de Ceteco y el cutuquito de lápiz para escribir que les dábamos a mis alumnos. Me emociona saber que hoy estos cipotes tendrán una herramienta que les facilitará el aprendizaje. Esto en los próximos años nos pondrá en otro nivel de conocimiento.
PD: La niña Alicia ha estado en un estricto autoconfinamiento desde que inicio la pandemia, pero aseguró que con todas las medidas de bioseguridad irá a votar, porque «no quiero ver más a esos engendros». Me quedó claro por quién votará esta vez.