Es increíble que este editorial lo escribí dos meses después de que el presidente de la república, Nayib Bukele, ganó denunciando la decadencia de los partidos políticos tradicionales que a la fecha sigue vigente.
Aún no se vislumbran cambios en las máximas dirigencias de los partidos tradicionales, como del que renuncié. Los cambios que la ciudadanía demanda para que no desaparezcan, pues siguen haciendo lo mismo.
Siguen aferrados a buscar sombras en un bonsái, a un fanatismo ideológico que les ha hecho tanto daño y que lucha para perpetuarse en un sistema verticalista que cierra la participación democrática y antepone la bandera del partido encima de la bandera azul y blanco, que debería ser su inspiración en la construcción de una socie dad más justa.
Este obsoleto modelo de poder que ha dañado nuestra nación por décadas se aferra para no irse, pues representa a grandes capitales y aplasta a los más vulnerables.
La Constitución de la República, en su artículo uno, plasma que la persona humana es el origen y el fin de la actividad del Estado. Un mandato que no se ha acatado, pues tenemos como ejemplo un pésimo sistema de pensiones que no permite el retiro de gran parte de la clase trabajadora, porque su pensión no cumple con un porcentaje decente para sobrevivir; porque las plazas que los jóvenes necesitan están llenas y se bloquean los espacios para construir su futuro.
Siguen sin darse cuenta del descontento de la población luego de la última derrota electoral y ni de la consigna «los mismos de siempre» o «devuelvan lo robado».
Sí, aunque duela. Durante 30 años se robó a nuestros adultos la oportunidad de un retiro digno, a la gente la oportunidad de tener un sistema de transporte decente y se potenció a los empresarios y a los «cafres del volante». Se negó la oportunidad de tener hospitales con servicio de calidad, se le quitó a la niñez las infraestructuras escolares aceptables, se les robó la paz y la seguridad a los ciudadanos, y debido a la falta de oportunidades se asesinó a los jóvenes a diario y a otros se les expulsó de nuestra tierra.
En este gobierno todo eso está cambiando. Los ciudadanos ya se dieron cuenta de que las ideologías no les solucionan sus problemas.
En la actualidad, los partidos políticos deben tener como base el desarrollo de las familias salvadoreñas priorizando lo social, como la educación, la salud y la seguridad ciudadana.
Dejar de beneficiar a sus financistas, los pactos oscuros y todo aquello que derive en corrupción. Las leyes que se impulsen deben favorecer siempre a los salvadoreños dentro y fuera del territorio nacional.
Hoy los salvadoreños aplaudimos a nuestro gobierno, que nos cobija como una ceiba, y nos olvidamos del bonsái que nos dieron como sombra durante 30 años.
Hoy, este editorial no lo escribí para el medio escrito que no paga impuestos, sino para el que sí lo hace y no pone a temblar a sus patrones por decir la verdad.