La última vez que Ramón Erroa vio a su madre y a su sobrino fue el 29 de octubre por la noche. Recuerda que eran las 8 de la noche y estaban cenando. Su mamá le recordó que tenía que recoger unos utensilios, porque «ya estaba fuerte la lluvia».
Esa fue la última conversación que tuvieron, porque unas horas después Ramón viviría una pesadilla a causa del deslizamiento.
«El deslave se llevó a mi madre y a mi sobrino; los encontramos en la carretera como a la medianoche. Los dos habían muerto en el lugar. Yo no creía que eso era real. En mi mente todo formaba parte de una terrible pesadilla y corría porque quería despertar y volver a ver a mi familia», comentó Ramón.
Él y su padre, Miguel Erroa, fueron los únicos sobrevivientes de esta familia. Ellos perdieron a cuatro parientes de su núcleo familiar: Lucía de Erroa, la madre de 56 años de edad que se dedicaba a oficios domésticos; Sandro Bladimir, su hermano que tenía 16 años de edad y estudiaba quinto grado en el centro escolar El Castaño y también se dedicaba a trabajos de agricultura; Mauricio Reynaldo, segundo hermano, que trabajaba en construcción, tenía 20 años y era el padre de Víctor Mauricio, de nueve meses de edad, la víctima de menor edad en la tragedia.
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«Yo acostaba a mi nietecito en una hamaca y viera cómo jugábamos. Él era mi niñito inocente, que murió sin saber lo que le pasó. He guardado sus peluches y algunos juguetes, aunque me duele regresar y ver los lugares donde él se divertía. Quiero honrar su memoria para siempre», explicó Miguel Erroa, patriarca de la familia.
Actualmente, Ramón y Miguel se encuentran en el albergue del Centro Escolar Aldea Las Mercedes, en Nejapa, y han tenido apoyo de psicólogos, que les han ayudado a superar la pérdida de sus familiares y el episodio traumático que vivieron la noche de la tragedia. A futuro, esperan iniciar una nueva vida en el proyecto habitacional al que serán trasladados, gracias al apoyo del Ministerio de Vivienda.