Cuando verificó que el FMLN replicaba los vicios y la agenda antipopular de ARENA, Nayib Bukele no cayó en el viejo error inercial de intentar una refundación de la izquierda; lo que hizo fue una intensa operación política y comunicacional para demostrar que ambas agrupaciones formaban parte del mismo bando, el de los corruptos, y que, para todo fin práctico, no había en realidad ninguna diferencia entre ellas.
De esa manera, el entonces alcalde de San Salvador logró cohesionar a la inmensa mayoría social que, durante 30 años, había sido agraviada por la corrupción bipartidista.
Al poner en evidencia que la oposición entre la izquierda y la derecha era falsa, Nayib BuKele generó un nuevo eje de confrontación, esta vez real, entre la decencia y la corrupción. Con el trazo de esa impecable línea divisoria entre un ellos y un nosotros, reordenó por completo el tablero político nacional y los dos bandos quedaron perfectamente delimitados.
De un lado una minúscula élite económica y política, y del otro un enorme contingente con la potencialidad de sumar hasta el 97 % de los salvadoreños. Una vez reconfigurado de esa forma el tablero político, sería inevitable que Nayib Bukele conquistara la presidencia de la república y que la adhesión popular a su radical programa de regeneración nacional continuara aumentando.
Tanto fue así que en las elecciones intermedias de 2021 el bukelismo alcanzó una arrolladora mayoría municipal y, al mismo tiempo, una mayoría absoluta en la Asamblea Legislativa, lo que le permitió una gobernabilidad sin obstáculos, pues la oposición en su conjunto se desfondó y pasó a la total irrelevancia.
Para entonces las encuestas de opinión pública ya estaban marcando una doble tendencia sostenida que llegaría a consolidarse: por un lado el índice de aprobación tanto a la gestión gubernamental como a la persona del presidente rondaba más o menos el 90 %, y por otro lado Nayib Bukele se convirtió en el presidente mejor evaluado de América y del mundo.
Es en estas condiciones tan favorables, totalmente inéditas en nuestra historia, el bukelismo llega a su tercer año de Gobierno en medio de un generalizado clamor popular para que por medio de una reelección, ya permitida según una resolución de la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia, el mandato presidencial de Nayib Bukele se extienda otro período a partir de 2024.
Esta ha sido, en muy apretada síntesis, nuestra historia más reciente, en la que se han roto y se siguen rompiendo los antiguos y nefastos paradigmas elitistas. El Salvador dejó de ser de una vez y para siempre la finca de un grupito de oligarcas regenteada por otro grupito de políticos corruptos.