Leyendo un trabajo anónimo de cinco páginas sobre arquitectura en El Salvador, escrito sin lugar a dudas por un estudiante de Arquitectura, basado en dos libros citados en la bibliografía («Historia de la arquitectura contemporánea en El Salvador uno» y «Arquitectura salvadoreña»), uno de estos sin que aparezcan los nombres de los autores; me llama la atención de nuevo lo improvisado y superficial de este tipo de trabajo, faltos de crítica, espacio-volumétricos, análisis de funcionabilidad y relación con las épocas planteadas por los autores con criterios personales probablemente, y que nos indican un notorio desconocimiento no de datos, épocas o nombres en la arquitectura nacional, sino de lo conceptual y esencial que representa la arquitectura. Como dice José Ricardo Montaner en su libro «Arquitectura y crítica»: «El juicio se establece sobre la medida en la que la obra ha alcanzado sus finalidades: funcionabilidad distributiva y social, belleza en la expresión y significados, etcétera».
Tampoco hay que olvidar que en nuestra sociedad tardocapitalista el arte y la arquitectura son un producto de consumo más, y como tales obedecen —la mayoría de veces— a modas, estilos ajenos a los gustos, idiosincrasias y necesidades que reflejan nuestra cosmovisión, hace ratos olvidada. La arquitectura contemporánea en El Salvador, como en muchos países, está plagada de edificaciones, fealdades, malas copias para las cuales no existe censura ni crítica, pues en nuestro medio existe muy poco interés por la arquitectura precisamente por la ignorancia de su verdadero significado, creyendo todavía que es el oficio de la construcción y no un arte como tal. La prensa y los medios de comunicación la utilizan como propaganda comercial, con los clichés consabidos para la comercialización del mercado inmobiliario. Jamás leemos un artículo sobre crítica arquitectónica ni siquiera como simple opinión, y en las pocas tesis o libros sobre arquitectura nacional se describen, enumeran y localizan en el tiempo, pero no hacen crítica como juicio estético y funcional de ninguna obra.
Lo apologético es como dice Zevi que «podemos aborrecer el cine y el teatro y no leer un libro; pero nadie puede cerrar los ojos frente a todas las edificaciones que integran la escena de la vida cotidiana y llevan el sello del hombre a los campos y al paisaje».
Cuando se habla de contemporaneidad no es lo mismo que hablar de representatividad, porque lo representativo conlleva el sello y la interrogativa de qué es lo que se representa; el estilo de moda conforme a la demanda, el espíritu de la época que en nuestro caso es el consumismo y la obsesión por la certeza.
Volviendo al tema de mi inquietud, me extraña la omisión de edificios como el hospital Bloom, aulas de la UCA, hotel Presidente, Cámara de Comercio, hotel Camino Real del arquitecto Juan José Rodríguez. Tampoco se nombra al arquitecto Kiko Alfaro, profesor y doctor, que dejó inquietudes con su didáctica modernista heredada de una escuela italiana. No quiero creer que la omisión sea adrede ni tampoco por ignorancia o academismo falseado tan en boga; prefiero —como dije al principio de este comentario— tomarlo como un trabajo anónimo de un estudiante de Arquitectura, que solo nos corrobora la pobreza de la enseñanza de la arquitectura basada en pénsums arcaicos, dignos de academias y no de universidades.