La sociedad salvadoreña tiene antecedentes históricos, sociológicos, antropológicos, criminológicos y victimológicos de privilegiar la violencia como método para resolver cualquier diferencia o conflicto; en 200 años de república así nos lo permite establecer la evidencia. Y previo a la conquista e independencia de igual manera. A los españoles, por cierto, no les fue fácil derrotar en las diferentes batallas a nuestros antepasados, muchos de ellos perdieron la vida y otros quedaron con lesiones permanentes.
Durante más de una década he tratado de incidir para que podamos comprender cómo funciona en nuestro pensamiento el privilegiar esta respuesta de violencia. Hay una raíz y causa estructural que es desde la familia, desde nuestra primera infancia, en la que desarrollamos todo el proceso de enseñanza-aprendizaje, y nuestra comunidad, que también influye.
La base de toda esta violencia es el machismo y la cultura patriarcal que hemos aprendido, puesto en práctica y replicamos. Ahora, por medio de las redes sociales y las multiplataformas existen muchos reporteros y ciudadanos con sus dispositivos móviles que, en la mayoría de los casos, prefieren grabar y efectuar transmisiones en directo que ayudar, que tratar de mediar para evitar una tragedia, que llamar a la Policía Nacional Civil.
Durante las últimas semanas en El Salvador he podido registrar al menos 15 casos conocidos como «actos de intolerancia» en los congestionamientos en el Gran San Salvador, solo los que se han conocido por multiplataformas. No es que sean los únicos que se generan a diario en el país, son los que se han hecho virales en las redes sociales y que retomaron los medios de comunicación. Así que, si no lo vio «en vivo», lo más seguro es que lo observó en las ediciones de noticieros.
La cultura machista nos forma y nos enseña en El Salvador por medio de mandatos y prohibiciones que se van estableciendo y perfeccionando en el proceso de socialización en la colonia, en la escuela, en el parque, en el estadio, en los medios de comunicación, en las redes sociales. Cuando carecemos de padres o adultos significativos que no trabajan y no siembran en nuestra identidad como personas, quedamos expuestos a los amigos de la colonia, de la escuela, de la universidad, del trabajo, que son los que nos enseñan por medio del machismo qué debemos hacer y qué no hacer; de lo contrario, te dicen una serie de calificativos y malas expresiones machistas, lo que según ellos eres. Muchos lo creen y otros imitan comportamientos buscando ser aceptados. Por eso las pandillas ganaron mucho terreno, adeptos e integrantes, porque les ofrecían que serían su familia; y la forma de iniciarlos antes era con una golpiza por un grupo de hombres que los agarraban a patadas hasta dejarlos con daños y lesiones, y los enviaban a la cama por varios días.
La violencia se alimenta de la intolerancia y, una vez la violencia toma forma, es muy difícil sostenerla, es un monstruo que pide más alimento, la violencia misma.
Estimados amigos lectores, debemos aprender a expresar y a manejar sentimientos de ira y de cólera, porque si no se hace, genera estrés y acumula tensión, ansiedad, y acto seguido recurrimos a lo que hemos aprendido, visto e imitado: la respuesta violenta.
A todos los hombres quiero animarlos a que podamos renunciar al deseo de venganza, que practiquemos, porque debe convertirse en un hábito la tolerancia. Deseche el machismo y la discordia, actúe con inteligencia y con amor al más próximo.