Una visita al mercado se convirtió en una pesadilla que ha dejado una cicatriz latente en Mercedes (nombre ficticio), una joven de 29 años que fue secuestrada en un mercado de Santo Tomás.
Nunca se imaginó que eso iba suceder, pues eran las 7 de la mañana, de un día soleado de marzo de 2015. Llegó al mercado y solo dio unos cuantos pasos cuando unas manos la tomaron por la espalda, la sujetaron y le pusieron un pañuelo húmedo en la boca.
Recordó que a la fuerza dos hombres la subieron a la parte trasera de una camioneta y a los 40 segundos aproximadamente perdió la conciencia, probablemente por el efecto de alguna droga en el pañuelo.
«El trapo estaba húmedo, creo que tenía alguna sustancia y me durmió. Pasaron unos 40 segundos. Y después de eso ya no recuerdo nada, hasta que desperté a las 7 de la noche, en la misma camioneta, iba vendada y atada. Recuerdo que me quedaba un espacio entre los ojos y las vendas, solo vi que iban dos hombres adelante; yo no me moví y supe que era la misma camioneta, escuchaba sus voces», narró la víctima.
Mientras tanto, su mamá, Roxana (nombre ficticio), vivía una de las mayores preocupaciones de su vida.
«Fueron momentos terribles; yo he pasado varias situaciones difíciles, pero lo de mi hija fue horrible, una completa pesadilla», comentó.
Mercedes fue abandonada en un predio baldío cercano a las instalaciones de la Universidad de El Salvador (UES). Aún no sabe con exactitud qué le sucedió, pero su cuerpo tenía huellas de golpes, moretones y agujeros de jeringas.
Empezó a caminar hasta salir a la carretera, al ver unas casas recordó que ya había pasado por ahí cuando se dirigía a la universidad.
Buscó ayuda de varias personas que caminaban por la zona, pero no obtuvo respuesta de nadie. Desconsolada, se sentó en una acera y empezó a llorar, hasta que un señor se acercó y le dijo «muchacha, ¿estás bien?».
Fueron las primeras palabras amables que recibió ese día y las lágrimas no la dejaban hablar, hasta que, con fuerzas, le contó que había sido víctima de un secuestro y que la ayudara a encontrar a su familia. Finalmente, fue auxiliada y llevada a una delegación policial, donde contactaron a su madre.
«Cuando vi a mi mamá la abracé, corrí a sus brazos. Solo quería sentir que ella estaba conmigo nuevamente. No quería ver a ningún hombre; les tenía miedo después de lo que acababa de vivir», explicó la joven.
Su caso fue denunciado en la Fiscalía, sin embargo, cinco años después de lo ocurrido, aún no se tiene una conclusión de los hechos. Por su parte, la joven dejó de estudiar por unos años y asistió con psicólogos y profesionales que la ayudaron a superar el evento traumático.
Actualmente, ha retomado sus estudios en Trabajo Social en una universidad privada, y su principal objetivo es graduarse y ayudar a otras mujeres que han sufrido violencia.
«La violencia psicológica deja una secuela por años, yo aún tengo miedo de dormir sola o cuando llueve me pongo tensa. Mi proyección a futuro es que con mi carrera podré apoyar a sectores vulnerables como las mujeres víctimas, con asesorías y gestiones psicológicas. También quisiera estudiar una especialidad en Derechos Humanos», detalló Mercedes.