El martes 7 de noviembre de 2000 me tocó vivir las elecciones presidenciales de Estados Unidos como periodista de «La Prensa Gráfica». Siempre me he considerado un aficionado de la política internacional y estadounidense, y esa noche, dentro de la redacción, se esperaba una victoria del candidato demócrata Al Gore sobre su rival, el republicano George W. Bush, no por simpatía, sino porque las encuestas mostraban al entonces vicepresidente como favorito. A medida iban llegando los resultados y cada uno de los candidatos se adjudicaba la victoria en sus bastiones (sin contar al aspirante del Partido Verde, Ralph Nader), la atención se volvía hacia los llamados «estados bisagra», cuya característica es que pueden decidirse por uno u otro candidato y en una elección cerrada tienen la llave para elegir a un ganador.
En esa oportunidad, los focos se centraron en Florida, donde la base cubanoamericana, pese a las denuncias de irregularidades por parte de los demócratas, fue clave para que Bush ganara los 25 votos del Colegio Electoral por 537 votos populares. Solo como dato anecdótico, el periódico para el que laboraba en ese momento publicó a lo largo de esa larga noche-madrugada tres portadas distintas: una con el gane de Al Gore, otra con el triunfo de Bush y una tercera (ya entrada la madrugada del 8 de noviembre) con un empate virtual. En esa oportunidad, la decisión quedó en Florida, donde luego de batallas legales, recuentos y comprobar deficiencias en el sistema de voto, Bush se adjudicó la victoria con 271 votos del Colegio Electoral (uno más del mínimo necesario), contra los 266 de Gore.
Cinco elecciones presidenciales después, con matices distintos, Estados Unidos vivió el martes en la noche la sensación de irse a dormir sin conocer quién será su nuevo presidente: el actual mandatario republicano Donald Trump o el exvicepresidente demócrata Joe Biden. Estados Unidos tiene un sistema de elección presidencial de voto indirecto, es decir, que los ciudadanos emiten el sufragio en sus estados y el partido que gana la mayoría, salvo en Nebraska y en Maine, tiene derecho a escoger a delegados que se reunirán en el llamado Colegio Electoral, de 538 miembros. La cifra mágica es 270 delegados para asegurar la presidencia. Hasta ayer, la mayoría de los medios estadounidenses tenían a Biden con 264 contra 214 de Trump. En 2016, las encuestadoras fallaron al no tomar en cuenta los grupos demográficos que terminaron dando la victoria al republicano Trump.
En esta ocasión, Biden era favorito en muchos estados disputados, pero en algunos de ellos los márgenes que le daban la victoria se redujeron ya a la hora de cerrar los centros de votación. La disputa, hasta ayer, se mantenía en varios «estados bisagra», principalmente en Pensilvania, Carolina del Norte, Georgia, Arizona y Nevada. El exvicepresidente Biden se recuperó y terminó ganando en estados que el martes en la noche estaba perdiendo, como Virginia, Míchigan y Wisconsin. Su principal esperanza de lograr los seis votos electorales restantes se mantiene en los votos aún no contados y que fueron enviados por correo antes del día electoral. Precisamente hacia ahí enfiló sus baterías Trump en su discurso del miércoles en la madrugada, anticipando un presunto fraude en su contra.
Ya los abogados electorales del magnate entraron al ruedo demandando en las cortes a funcionarios electorales de varios condados, exigiendo parar el recuento de votos y continuarlo en casos puntuales como Arizona o Nevada. El 14 de diciembre, cuando el Colegio Electoral debe reunirse para escoger al nuevo mandatario, está todavía lejano. Hace 20 años, la decisión del ganador llegó el 12 de diciembre, cuando la Corte Suprema de Estados Unidos zanjó la disputa sobre si se hacía o no el recuento en Florida, lo que allanó el camino de Bush a la presidencia. Lo que sí está claro es que esta elección estadounidense es histórica: más de 100 millones de estadounidenses emitieron el sufragio de forma anticipada vía postal en los centros de votación abiertos antes del 3 de noviembre y la cifra total de votantes llegó a los 160 millones.
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