Los lamentables actos que presenciamos los salvadoreños el pasado 15 de septiembre, día de nuestro bicentenario patrio, no solo quedarán marcados como un triste recuerdo de ese día en el que debíamos de conmemorar con otro tono una fecha tan representativa, sino como la muestra de que en El Salvador aún hay fuerzas perversas que siguen deseando que el país se sumerja en el caos y la desesperación, fieles a un manual que les funcionó en un pasado no muy lejano pero del que los salvadoreños decentes ya escapamos.
Este punto de partida nos permite plantear una especie de paradoja vandálica de ARENA y del FMLN, dos fuerzas políticas que hoy demuestran que nunca pudieron ni ser Gobierno ni oposición y que, al no tener capacidad legislativa de proponer o de sumarse al proceso de transformación del país, han desempolvado viejos esquemas de sus alas tradicionalistas para boicotear los cambios que poco a poco está construyendo el presidente Nayib Bukele.
Por 20 años, ARENA demostró que se adecuó al poder, a tal punto que los más nefastos precedentes de corrupción de nuestra sociedad se dieron durante sus cuatro administraciones. Cuando le tocó ser oposición, desde 2009 hasta hoy, cayeron tan bajo que sufrieron una ruptura interna, se profundizó la compra de voluntades con los maletines negros y dejaron que el FMLN sumergiera más al país en un agujero sin salida, a pesar de que tuvieron en varias ocasiones mayoría en la Asamblea Legislativa y que pudieron ser un equilibrio real y aportar a las soluciones.
En contraposición, el FMLN siempre se sintió más cómodo como oposición: marchando, destruyendo propiedad privada, infiltrando sus grupos de choque y creando caos social, con ninguna capacidad constructiva y de visión nacional, lo que también se demostró cuando llegó al Gobierno y no pudo, en 10 años, cumplir las expectativas ciudadanas.
Acá debemos detenernos. ¿Por qué paradoja vandálica? La respuesta se encuentra en todos esos elementos planteados, que en su esencia lo que confirman es una traición ideológica y de principios, casi que un transfuguismo «de facto» ante la crisis político-institucional de estas fuerzas anacrónicas que se perdieron en el tiempo y espacio que vive El Salvador.
Por ello este juego político perverso hoy está más claro. Por un lado, está ARENA, que dice ser pro empresa privada y libre mercado, pero se opone de manera irracional al bitcóin y cayó tan bajo con la quema de infraestructura pública y propiedades de particulares. Por el otro lado, el FMLN certifica que solo se encuentra a sí mismo cuando vende ante la sociedad la tesis de la anarquía, el sabotaje y el caos, como fue a finales de los noventa e inicios del siglo (incluso el recordado 5 de junio de 2006 y Mario Belloso) o cuando apoyó con huelgas y violencia el contexto previo a la guerra civil.
Es esta la prueba más tangible de que el matrimonio ARENA-FMLN se consumó. Marchan juntos, se coordinan, santifican a sus satélites y organizaciones para que les den respaldo y todo en clara sintonía de no morir, porque se quedaron (¿o nunca tuvieron?) capacidad de propuesta y articulación de soluciones, ya que al final se demuestra que no pueden ni ser Gobierno ni oposición.
Por ello no apoyan el voto en el exterior, desconfían con selectividad de los proyectos presidenciales y nunca suman, porque son especialistas en restarle al pueblo y frenar su desarrollo. Pueden celebrar entre ellos las marchas, pueden celebrar esas expresiones en sus mismos círculos y grupúsculos, pero la gran mayoría está con el presidente Bukele y confía en que avanzamos por la ruta correcta y con un claro horizonte.
Ojalá que las organizaciones locales e internacionales que financian a estos sectores agonizantes de ARENA y del FMLN se den cuenta, lo más pronto posible, que seguir dándoles dinero a estas argollas antidemocráticas y poco representativas no es más que un desatino en contra de la coherencia que necesita el país, sobre todo porque la gente lo que quiere son soluciones, nunca más piedras en el zapato. Esa es nuestra ruta