Por: Carlos Cordero
Siempre hablando de la obra de Eliade, esta regeneración que él expone conlleva una serie de rituales de la expiación de los pecados o la expulsión de los demonios, la visita de los muertos o cuanto rito de purificación requiera el ser humano para renacer a esa nueva etapa de la existencia. Una de las festividades que menciona el autor es la denominada festividad de akitu, o fiesta que celebraba el año nuevo babilónico, que se llevaba a cabo en el equinoccio de primavera, en el mes de Nisán, o en el equinoccio de otoño, en el mes de Tishréi, siendo esta fiesta una alegoría del inicio y del final del año. Esta festividad duraba 12 días, y en ella se recitaba el poema Enuma Elish, o poema de la creación, que narraba el combate entre Marduk y el monstruo marino Tiamat, combate que puso fin al caos y dio paso a la creación.
Es a partir de esta imagen arquetípica del principio y del fin que podemos hacer alusión de manera particular a la primavera como ese período inicial de las estaciones y que de forma simbólica retrata el renacimiento, y que en muchas civilizaciones antiguas constituía el verdadero año nuevo. Era esta etapa en que se iniciaba el ciclo agrícola y con él todas las actividades de las primitivas comunidades, así como también la costumbre de limpiar los hogares y hacer ofrendas a los dioses; siendo Dioniso una de las principales deidades que encarnaba en la civilización griega el entusiasmo y que tomaba un rol primordial en las festividades primaverales con el consumo d vino, los festejos y las orgias, estas últimas como representación alegórica del éxtasis de la vida y la fecundidad. Estas bacanales dionisiacas tuvieron un origen remoto en las llamadas fiestas Antesterias entre febrero y marzo, siendo además que estos festivales en honor a Dioniso los que permitieron el surgimiento del teatro.
Por otro lado, el dios agrario Marte y Rea Silva dan vida a los gemelos Rómulo y Remo, quienes fueron abandonados y amamantados por la loba Luperca, siendo este origen mítico de Roma el que dio paso a las llamadas fiestas lupercales, en honor a la loba, y que se desarrollaban del 3 al 15 de febrero. En dicha festividad participaba un sacerdote que sacrificaba una cabra y de cuya piel se hacían tiras a manera de látigos que portaban adolescentes desnudos llamados lupercos, quienes azotaban a mujeres jóvenes a manera de rito de iniciación y para atraer la fertilidad. Todo este espectáculo obsceno se llevaba a cabo en la colina Palatina, el lugar de fundación de la mítica ciudad de Roma. Este festival es finalmente abolido por el papa Gelasio I en el 494 d. C. para posteriormente dedicar el 14 de febrero al martirio de San Valentín, desde entonces conocido como el Día del Amor.
Pero no es sino el mito de Perséfone, el que mejor retrata la imagen de esta estación, el cual narra que Perséfone, hija de la diosa Deméter, fue raptada por Hades, dios de los mundos subterráneos, quien enamorado de la belleza de la joven Perséfone decidió hacerla su esposa y llevarla con él a su reino. Deméter, sumida en la tristeza ante la pérdida de su hija, abandonó sus funciones para con la tierra, dejándola desolada y sin frutos. Los efectos de la tristeza de Deméter fueron terribles. Entonces, Zeus, el padre de todos los dioses decidió hacer que Perséfone retornara al lado de su madre por seis meses cada año. Desde entonces, cada vez que Perséfone regresa donde su madre en la tierra renace la vida, las plantas crecen y se multiplican ofreciendo nuevamente sus frutos.
Poesía por: Carlos Sibrián
MADRIGAL
Si me amaste con ternura apacible
por largos años de quietud enardecida,
sin penas agitas,
sin risas agotadas,
por qué la lumbre otoñal e irascible
sacrificó tu amor
y sembró el rencor,
dejando una rabieta enfurecida
con guijarros, ortigas y espinas
en vez de sombras de verdes encinas,
donde las sonrisas fueran tan bellas
como la luz del sol y las estrellas.
EL NIÑO TRISTE
El niño triste salió
por la vereda del viento,
iba buscando alimento
que en su choza no encontró.
Buscó comida botada
entre muchos basureros
para calmar las punzadas
de invisibles cancerberos.
Cuando el estómago ladra
no hay bozal que lo detenga
ni compuerta que se abra
y le suelten una arenga.
Mientras el niño dormía,
su madre le preparaba
la comida para el día
y salir ella apurada.
Pero una ociosa vecina,
cuando la madre salía,
se llevó de la cocina
lo que el niño comería.
El niño triste salió
por la vereda del viento,
iba buscando alimento
que en su choza no encontró.