El 12 de junio de 1824, el Congreso Salvadoreño proclamó la 1.ª Constitución de El Salvador, previo decreto de la Asamblea Constituyente, expresando su artículo 37 que el período presidencial era de cuatro años y que el «jefe supremo» podría reelegirse en seguidas una sola vez.
Hay algunos artículos curiosos: los alcaldes impartían justicia en cada pueblo (57); la Corte Suprema estaba compuesta por cinco jueces máximo; nadie iba preso sin juicio previo bajo la orden de un juez (62); la casa, los libros y la correspondencia eran sagrados (66); existía la rendición de cuentas de ingresos y egresos a la Hacienda Pública (77); cada ocho años se podía revisar y reformar la Constitución por ventajas o inconvenientes descubiertos, entre otros. Muchos aspectos siguen vigentes en la actualidad. Y es que ni las leyes ni aun las constituciones políticas de los pueblos son inamovibles o inmodificables.
Nuestra 1.ª Constitución se inspiró en la doctrina jurídica de la Carta de Filadelfia (1776), de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano Francés (1789), de la Constitución de España (1812) y de la Constitución de Estados Unidos (1787).
Veamos un poco la Constitución de EE. UU., ya que todos nos preguntamos por qué se permite la reelección en esa gran nación y democracia. En 1776, EE. UU. se estableció como confederación. En 1787, los padres fundadores George Washington, Thomas Jefferson, James Madison y Alexander Hamilton fundaron el Congreso y uno de los temas más importantes discutidos era cuánto tiempo debía gobernar un presidente. Algunos coincidieron en que de por vida; otros, entre siete a 20 años, algo que a Alexander Hamilton le pareció excesivo. Finalmente decidieron que fuera de cuatro años con posibilidad de reelección, si a los ciudadanos así les parecía.
Tanto el primero como el segundo presidente de EE. UU. durante sus segundos períodos decidieron no participar para un tercero: George Washington y Thomas Jefferson. Pero no fue hasta 161 años después de fundado EE. UU. —1951, con la vigésimo segunda enmienda en la Constitución— que se reformó la ley para que nadie gobernara más allá de dos períodos, después de que el abogado Franklin Delano Roosevelt ganó una tercera reelección, pero murió en el cargo (1933-1945).
Ahora que la jurisprudencia constitucional salvadoreña permite la reelección presidencial no debería sorprendernos este cambio doctrinal. EE. UU. reformó su Constitución 161 años después de fundado para evitar presidentes vitalicios; y en El Salvador si originalmente así lo concibieron nuestros constituyentes en 1824, que la reelección era procedente, como lo hacen grandes naciones, más bien es una oportunidad soberana para que el pueblo decida mantener por un mandato más a un gobernante que ha trabajado por el bien común de todos sin excepción, y de quien se siente feliz y a gusto, así podrá terminar los proyectos que han traído seguridad, paz, desarrollo, estabilidad y progreso como nunca antes lo habíamos vivido. Canadá, por ejemplo, no tiene límites para gobernar, y su primer ministro va por su tercer mandato, y en Europa solo Letonia y Bosnia y Herzegovina tienen limitantes, de ahí nadie, ni España. Margareth Thatcher estuvo 11 años en el cargo y Angela Merkel lleva más de 15 años como canciller en Alemania.
Siempre habrá voces contrarias, en cada nación las hay —en el país generalmente son los perdedores que ya no gobiernan y que dejaron de enriquecerse ilegalmente—, pero tal como vemos en naciones de primer nivel, son los ciudadanos de cada pueblo los que deciden por medio del voto popular quién debe gobernar y por cuánto tiempo.
En El Salvador nadie quiere violencia, concentraciones absurdas casi diminutas donde exfuncionarios acusados de corrupción alientan a personas sencillas y humildes a participar en marchas sin sentido que no llegan a nada, utilizando a personas de la tercera edad y a niños de forma abusiva, obligados hasta con empujones en las marchas.
Vemos también a salvadoreños pidiendo sanciones para El Salvador, conformados por exfuncionarios del FMLN o ARENA; sí, esos que nunca se preocuparon por la población. Ahora que están invisibilizados es el presidente constitucional Nayib Bukele quien ha hecho la diferencia con ayuda a los más necesitados, viviendas, alimentos, vacunas, hospitales, carreteras, turismo, salud, seguridad, economía, alianzas, bitcóin, bibliotecas de avanzada, nuevos aeropuertos, nuevas aerolíneas, Tren del Pacífico y más. ¿Qué clase de persona es aquella que pide sanciones a otras naciones para su propio pueblo?
Más vale tener a un gobernante criticado por pocos pero que ayuda a muchos, que tener a un gobernante de promesas que nunca llega a cumplir, como los pasados gobiernos.