Exponer como sagrado lo imperfecto imagino que será chocante para varios lectores, si no se presta total cuidado a lo que se presentará a continuación y, sobre todo, si no se posee una mente despierta conforme al pensamiento crítico y libre. Ciertamente, siempre se ha enseñado que la mayor perfección se encuentra en las virtudes y los valores puestos en máxima heroicidad; por lo tanto, cualquier planteamiento contrario sería una barbarie digna de su servidor.
Sin embargo, tal como expresó el maestro Debasish Mridha, «nada es perfecto; nada es imperfecto. La perfección y la imperfección residen en tu percepción». Puesto que aquello que se considera perfecto desde la percepción cultural de un tiempo probablemente no lo será en otro tiempo, cada uno es hijo de su tiempo. Por ende, la perfección o imperfección reside en parámetros establecidos y no en la naturaleza propia de las cosas.
De tal suerte que se debe ser más amplio de mente con respecto a lo que se ha de considerar como perfecto, puesto que la misma imperfección del ser humano lo vuelve distinto a otro y, por tal, único y, ante todo, esa misma imperfección denota en sí una razón suficiente para crear e innovar. Perfectamente imperfectos como lo ha considerado la gran tradición de la cultura mística y popular.
Sin embargo, esta postura no debe presentarse a requerimiento de quienes, a peso de haraganería, toman teorías profundas y las vuelven sencillas a forma de teorizar su propia mediocridad. No se intenta expresar que la imperfección acota resignación en la vida, sino que el trauma o las depresiones ocasionadas por el mal trato que se le da a la idea de perfección en la vida, el trabajo y las relaciones han creado más mal que bien en las sociedades.
Por tanto, está claro que solo puede ofrecerse lo que se posee, de ahí que solo se puede dar aquello que reside en el ser humano y eso en mayor medida es la imperfección. Ofrecer ofreciéndose como perfecta imperfección es la mayor de las ganancias para quien recibe y el mejor aprendizaje para quien se entrega. Solo comprendiendo que el ser humano es perfecto en lo imperfecto es como puede abrirse el portal de la aceptación y el amor propio, cosa que tanta falta le hace a la humanidad.
Es cierto que en la vida se busca ir mejorando día a día, pero no se debe confundir mejorar con perfeccionar (lo que han enseñado por perfección), sino, por el contrario, para mejorar no hay que ir en contra de su propia naturaleza, es por la antípoda comprender su naturaleza y maximizar sus virtudes y dones. Ser digno de ser y hacer pasa por la dignidad del amor, amarse sabiéndose lo que se es es el comienzo de la perfecta imperfección.
Pues bien, es necesario desterrar de la vida la vulnerabilidad, que es el gran aguafiestas, es el que desmorona la dicha que ya está casi en la antesala de la cena. Alcanzar mérito no solo es por heroísmo, es a su vez por el mayor de los logros, comprenderse, aceptarse, amarse y, por tal, mejorarse. Mejorar no es siempre ir hacia adelante, mejorar es a veces ir hacia atrás o a los lados, con el fin de abarcar la totalidad de lo que se es.
Es tal como diría el maestro Cabral: «Me gusta andar, pero no sigo el camino, pues lo seguro ya no tiene misterio». La imperfección de cada ser le facilita su propio sendero, un camino que solo denota misterio para él, para nadie más; por eso, esa supuesta perfección que tanto han enseñado y con la que tanto han martirizado y destruido la naturaleza humana es, en realidad, el gran enemigo de la belleza humana y, por qué no decirlo, hasta divina. La perfecta imperfección ha de ser enseñada como la sagrada imperfección.