Tote es un verdadero ciudadano del mundo. No reconoce nacionalidad, fronteras o límites en su proyecto de vida: llevar alegría y esperanza a niños que viven en condiciones infrahumanas, o son víctimas de conflictos bélicos, orfandad, inequidad social o que, a su corta edad, viven en sufrimiento y ven apagarse sus vidas por una enfermedad terminal.
Sudáfrica es donde sintió “el germen humanitario” al ver tanta miseria social y fue en Camboya donde surgió su proyecto a favor de la niñez.
«Me amamantaron en Venezuela, crecí artísticamente en la ciudad de Roma, Italia. Luego, el germen humanitario en Sudáfrica y ya el proyecto humanitario, como tal, en Camboya», comparte.
Como artista callejero sobrevive con lo que la gente le comparte y con la venta de sus pinturas de dedo -donde plasma celajes, nubes, lunas, montañas o valles- ha logrado costearse 12 años de travesías -por tierra y agua-, el tiempo que lleva su proyecto humanitario.
«De África me fui a Asia, pero no tenía muy claras las ideas. Camboya fue como mi renacer espiritual cuando vi tantas tragedias y ahí fui donde me di cuenta que a través del arte yo podía aliviar las tragedias de las personas», dice.
Cuando ingresa a un país, su prioridad es localizar los sitios más remotos, asentamientos precarios, incluso lugares peligrosos. Sabe que ahí encontrará a muchos niños necesitados.
«Me dediqué a ir a los lugares más remotos y peligrosos del planeta para buscar a los niños más frágiles del mundo, o sea, niños con cáncer en hospitales precarios, o sea niños en orfanatos, víctimas de guerra, conflictos bélicos. Gente que ha perdido sus miembros por minas terrestres, discapacidades, síndrome Down, víctimas de violencia sexual, niños de la calle […] Yo voy donde nadie va, donde ninguna organización llega».
Al localizar un lugar, se dedica a enseñar a los niños cómo pintar con los dedos. Con ayuda de los padres (si los tienen) o de los administradores del lugar donde permanecen los pequeños (orfanatos, hospitales, refugios), consigue pintura y papel. Inicia con la aplicación de dos colores: azul y blanco, que poco a poco mezcla para enseñar de tonalidades. La idea es enseñarles una técnica sencilla para que luego, de forma libre, cada niño se exprese.
Cuando puede, Tote traslada ayuda directa a los niños, y organiza pequeñas exposiciones (con los cuadros que pinta) para recaudar algunos fondos que luego destina para cubrir necesidades apremiantes de los pequeños.
Para sobrevivir, ha aprendido a comunicarse en una mezcla de, al menos, seis idiomas. No los conoce a la perfección, pero le sirven para avanzar en sus propósitos.
Al principio, tenía una pequeña cámara digital para registrar los lugares que visitaba y esto le permitió fotografiarse en decenas de sitios. Por su peculiar forma de vida y su incansable recorrido por el mundo, siempre llama la atención de periodistas y medios de comunicación por lo que su historia se ha publicado decenas de veces.
Las fotos que ha logrado hacer y los recortes de periódicos que ha coleccionado poco a poco han hecho posible que elabore un álbum, que le acompaña adonde sea que vaya y es, en resumen, su carta de presentación para comprobar los lugares en los que ha estado y los miles de kilómetros recorridos para hacer felices a niños y niñas.
Sumado a fotos y recortes está una pequeña selección de videos, que ha sido posible gracias al avance de las nuevas tecnologías y a que el artista decidió comprar un teléfono mientras visitó Taiwán.
«Ya completé el 70 % del planeta. África, muchos países africanos los completé. Luego Asia, todo el sudeste asiático. Luego, la Rusia, Siberia, el Nepal, y viajando en bicicleta o caminando o con cualquier medio terrestre precario […] He llegado hasta Papúa, Nueva Guinea, en la selva, donde conviví con descendientes de familias caníbales. Luego me fui a las islas del Pacífico, Tonga, Samoa, Islas Salomón y Nueva Caledonia. Hablamos de 12 años de viaje en ayuda humanitaria».
Además de cumplir su misión en la vida, Tote ha cosechado miles de anécdotas, la mayoría ligadas a las difíciles condiciones de los niños. Se conduele al recordar que en algunos hospitales de la India y Nepal los pequeños permanecen en el suelo mientras esperan recibir ayuda o el caso de un pequeño nepalí con el rostro y las manos desfiguradas por las quemaduras que sufrió.
Entre las historias destaca la de una niña rusa víctima de cáncer. Según relata, todos los intentos por convencerla para que se dedicara a alguna actividad recreativa habían fracasado, pero él logro que la niña se interesara en la pintura. Esto ocurrió en la ciudad portuaria de Vladivostok.
«Rita me dio una lección de vida. Me marcó por lo que me dijo la mamá. Esto es Sudáfrica, hasta los monjes los enseño; a niños especiales, que es muy difícil; en Fiji, a víctimas de guerra. Este niño también me marcó [el nepalí] aquí voy en bicicleta en Mozambique, en autobús en Indonesia. Aquí estoy recogiendo arroz para ayudar a la gente», comparte Tote mientras ojea su preciado y maltrecho álbum.
Latinoamérica: destino final
Después de África, Asia, las islas del Pacífico Sur, Taiwán (donde permaneció un año encerrado por la pandemia) y Rusia, el artista decidió saltar hasta Latinoamérica. Admite que intencionalmente obvió Europa.
A finales de septiembre 2021 llegó al gran estado de México y comenzó su recorrido desde Zacatecas hasta la frontera con Guatemala.
De sus visitas a suelo azteca hay videos del artista ofreciendo una clase a un grupo de niños zacatecos. Está descalzo y sus ocurrencias hacen reír a los pequeños. En Guatemala, uno de los destinos fue un botadero de basura, por supuesto donde habitan niños en difíciles condiciones: «son niños que trabajan en un botadero de basura».
Como siempre ha hecho al ingresar a un continente, procura recorrer todos los países que lo integran, así que está convencido que en este lado del mundo la ruta será desde México hasta Argentina.
«En Guatemala conocí a un señor de El Salvador. Yo llego aquí por una referencia», indica el artista callejero para explicar su llegada al país. Y así como en otros lugares que ha visitado, su misión será compartir su arte y alegría a niños en condiciones difíciles por lo que tiene previsto visitar orfanatos, comunidades o instituciones que le abran las puertas. «Estuve buscando a la última tribu nómada del planeta que está en el Himalaya y estuve en el Himalaya. Al final, bueno, dije: “ya terminé esta parte del mundo. Voy a Latinoamérica, la termino, y veo qué hago con mi vida”. Empecé en México, estuve dos, tres meses. Entré a Guatemala y ahora acá (El Salvador)».
EL DATO
El artista callejero formalmente se llama Manuel Gallardo, pero se autodenomina Tote. Asegura que no significa nada y tampoco explica cómo lo asumió.
Sus primeros años de travesía fueron en compañía de una bicicleta. Usó este medio de transporte por medio mundo, pero al llegar a Guatemala se la robaron.
Hace dos años, aproximadamente, por recomendación de un amigo, el artista humanitario abrió su cuenta en Instagram: La utopía de Tote. «¿Sabes por qué se llama utopía? Porque yo quiero cambiar el mundo, y esa es una utopía».
Para sobrevivir en los países que visita, el artista recurre al apoyo de los bomberos. «Estos son mis protectores en todo el mundo: los bomberos. Yo siempre busco a los bomberos […] yo solo llego con mi mochila».