La transformación del sistema educativo de nuestro país implica trabajar simultá – neamente en varios aspectos. Ocupamos el puesto 124 de 189 países clasificados, según el índice de desarrollo humano (IDH). Las variables que miden el IDH son PIB per cápita, educación y esperanza de vida.
Particularmente, en educación mide el nivel de alfabetización de la población adulta y el nivel de estudios alcan – zados por el ciudadano. El IDH de El Salvador muestra, claramente, que la educación no fue una prioridad durante los últimos 30 años.
El Ministerio de Educación, una de las instituciones de Gobierno que más fue politizada, fue utilizado para dar empleo en detrimento del interés superior del niño, interés que es ley de la república; y, en particular, del derecho a una educación de calidad.
Todo ello ha causado un daño profundo, cuyas consecuencias no se logran dimensionar. A la ausencia de una visión de la educación, como política pública fundamental, se agrega que el Estado, por un lado, se desentendió de la calidad de la formación inicial de los maestros; y, por el otro, generó una formación en servicio sin ningún rumbo ni planificación. Todos estos elementos, más la ausencia de una cultura de la evaluación con sentido propositivo y de ambientes escolares abandonados por falta de inversión y planificación, son, actualmente, la explicación de los niveles educativos que reporta El Salvador.
Si bien la pandemia impactó al país a ocho meses de haber asumido el ministerio, como institución hemos considerado que la adversidad nos ha brindado oportunidades para dar pasos acelerados hacia la transformación del sector.
Hemos avanzado en la reforma curricular, en el uso de las tecnologías, en la creación de plataformas que posibiliten la continuidad educativa en medio de la pandemia, en el ordenamiento de la formación docente en servicio; en la creación de una cultura de evaluación con AVANZO, las pruebas diagnósticas Conociendo mis Logros; además de ordenar la cooperación en función de nuestras prioridades. Dentro de todo este proceso, en el reciente concurso de maestros para una plaza por ley de salarios logramos llevar a cabo el concurso de la forma en la que siempre tuvo que hacerse: por méritos, por competencias, de forma transparente, auditada y tomando en cuenta no solamente aspectos de conocimiento, sino también de vocación y elementos éticos que dan a una persona el alto nombre de maestro y que tienen el rol trascendental de tener en sus manos la formación de nuestros hijos.
La trascendencia del nuevo proceso de selección de maestros ha sido comprendida, sobre todo por los padres de familia y por la mayor parte de maestros que tenemos en el sistema, quienes han entendido que lejos de ser un ataque, es un intento por elevar su dignidad y su nombre. Vemos cómo posturas ahistóricas insisten en politizar el proceso y enmarcarlo dentro de lo único que conocen: la corrupción y las componendas.
A tal punto llega el reduccionismo y la defensa de intereses particulares, que la prueba psicométrica se redujo a la discusión de un ítem sacado totalmente de contexto. Muchos insisten en permanecer en las viejas discusiones y los viejos métodos; ven en los cambios que hacemos la oportunidad de desgastar al Gobierno. Por otro lado, padres de familia, así como maestros de corazón y de vocación pertenecientes al sistema educativo, observan silenciosamente y analizan la situación, desprendidos de toda postura político partidaria. Como ministra, me los encuentro en la calle, en las aulas, en los espacios públicos, su mirada y sus palabras me indican que el Ministerio de Educación va por buen camino. Es para ustedes para quienes trabaja esta entidad y es su opinión la que le interesa.