La frase «es usted positivo por COVID-19» cambió la vida de millones de personas alrededor del mundo. Incluyendo la mía.
Al inicio de la pandemia, conocíamos muy poco sobre este virus, su comportamiento y el grave peligro que representaba. Ningún país del mundo estaba preparado para lo que se avecinaba.
De un momento a otro, tuvimos que comenzar a hacer proyecciones de contagios, a calcular la velocidad de dichos contagios y, finalmente, prever la cantidad de personas que iban a morir. Eso, lo confieso, fue muy doloroso.
Cuando junto con el presidente Nayib Bukele dijimos que antepondríamos la vida del pueblo por encima de cualquier tipo de interés político o económico, los padres de la miseria comenzaron a alzar la voz para defender sus intereses y los de sus mecenas sin rostro.
Y exactamente como hacen los virus, buscaron —y aún lo hacen— la mejor forma de infectar y debilitar el corazón y el alma de los salvadoreños. Cuando anunciamos que se apoyaría económicamente a los hogares más vulnerables, dijeron que eso no era posible y que no tenía sentido. Pero lo hicimos y estamos orgullosos de esa decisión.
Llevamos paquetes de ayuda alimentaria a todos los hogares salvadoreños. Y sentados desde la seguridad de sus casas criticaron duramente esta iniciativa. Pero nunca movieron un solo dedo para llevar alimentos a las familias que los necesitaban, porque, en sus palabras, esto no era más que un «gripón».
Hace pocos días, el presidente Bukele anunciaba la llegada del primer lote de vacunas anti-COVID-19 al país —vacuna que será gratuita, universal y de aplicación voluntaria—. La temprana compra de este medicamento, que se hizo allá por junio de este año, es parte de un plan bien elaborado que desde el inicio de la pandemia nos ha permitido tomar decisiones oportunas y salvar la mayor cantidad de vidas posibles.
Ellos, los que nunca hicieron nada, los que dejaron solo al pueblo, todavía están discutiendo si la pandemia es realmente una pandemia. Siguen perdiendo el tiempo citando a funcionarios que en todo momento estuvieron al frente de la emergencia para atacarlos en comisiones absurdas y mal intencionadas.
Hoy que el presidente anuncia la pronta llegada a El Salvador de una vacuna que el mundo entero ha estado esperando con esperanza, ellos dicen que esto representa un peligro, que se pretende convertir al pueblo en ratas de laboratorio. Las únicas ratas que este país tiene no son de laboratorio, son políticas, y muchas de ellas tiene curules en la Asamblea Legislativa.
Y desde allí, se burlaron de nuestros héroes de primera línea, se quejaron de la construcción del Hospital El Salvador y de la revitalización del sistema de salud. Desde sus cómodos sillones antepusieron el dinero a la vida de los salvadoreños, y eso el pueblo lo recuerda con claridad.
En El Salvador, el virus de la corrupción y la miseria es el resultado de una mutación aberrante. Cepas de izquierda y derecha ahora trabajan de la mano para infectar por igual a todo el país.
Pero los salvadoreños sabemos que a esta enfermedad le quedan los días contados. El 28 de febrero aplicaremos una vacuna de cambio, una vacuna que limpiará de nuestro sistema de vida todo virus y parásito que hasta ahora han vivido a costa del pueblo.
Porque si ellos son la enfermedad, los buenos salvadoreños seremos la cura para este mal.
No veremos en las urnas.