A menudo se comprende la fuerza física de una persona como virtud de gran valía, como si en realidad la vida implica fuerza bruta para su subsistencia; sin embargo, esta postura que pudo ser aceptada durante miles de años a nivel comunitario y luego social ahora carece de criterio de verdad absoluta, ya que cada vez más el ser humano en su profundidad de reflexión está comprendiendo que la delicadeza, la reflexión, el conocimiento y la autoaceptación crean lazos orgánicos biosociales que permiten la subsistencia y evolución de la vida.
Ya la neurociencia nos ilumina cada vez más con sus investigaciones, planteando que la persona humana posee todas las condiciones y los criterios tanto biológicos, espirituales, intelectuales y volitivos para efectuar todas las ocupaciones que corresponden a su naturaleza. De ahí que esa capacidad que el ser humano ha ido adquiriendo en su propia evolución compenetra su espíritu a un nivel cada vez más complejo y relacional, que conlleva a que pueda resolver toda circunstancia adversa y con ello crea nuevas realidades para su entorno.
De tal suerte que las necesidades básicas de la persona, es decir, el hambre, la sed, el sueño, la eliminación de residuos corporales, el coito y la homeostasis pueden satisfacerse sin necesidad de fuerza física superior, si no, por el contrario, ante mayor comprensión de las mismas se puede crear un vínculo entre satisfacerlas y crecer por medio de ellas. Por ende, es necesario ir comprendiendo que la sutileza del intelecto y del espíritu pueden ser herramientas más poderosas que la fuerza física. Empero esto implica mucha reflexión y autoconocimiento.
Por tanto, tal como solía decir al respecto el maestro Jiddu Krishnamurti: «Si se logra el pleno desarrollo de todos los individuos, será posible crear una sociedad de iguales». ¿Acaso no ha sido esta la gran tarea no cumplida de la humanidad y las religiones? Una sociedad de iguales, en la que, a pesar de las diferencias, todos tengamos las mismas posibilidades de ser y hacer, conforme al grado de reflexión y aceptación de la propia existencia y de la de los otros. Pues solo en el campo de la posibilidad igual se puede llegar a desarrollar integralmente la persona y con ello conquistarse a sí misma.
Es así como el estadio extraordinario del ser humano ya no está indicado por su poder físico y la conquista de otros espacios, sino de su fuerza interior y poder conquistar su espacio interno. No puede ni debe la humanidad seguir aceptando a la debilidad como un vicio a superarse, es esa misma idea de debilidad que con la circunstancia correcta ha llevado a las personas a una fuerza supraterrenal, no por su brutalidad, sino por el compromiso de crear y crearse ante la adversidad, sin violentarse a sí mismo y al otro, como suele hacer la fuerza física sin racionamiento.
Quizá, y solo quizá, es tiempo ya de reconocer lo establecido en las sagradas escrituras judeocristianas; es decir, lo establecido en 2.ª Corintios 12:9: «Pero él me dijo: “Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad”». Por lo tanto, gustosamente haré más bien alarde de mis debilidades para que permanezca sobre mí el poder de Cristo. Hay sin duda en este misterio bíblico una verdad inmaculada y trascendente; no es la fuerza, sino el poder de la humildad y la comprensión de lo eminente y divino lo que hace fuerte al ser humano.
Pero claro está que solo en la medida que la enseñanza desde el hogar, la escuela y los espacios de reflexión social hagan comprender la importancia de una vida consciente es imposible que se tome como apremiante e ineludiblemente necesaria la fuerza del interior y no del exterior, que al final, al igual que la gota de agua con su persistencia, termina ondeando y abriendo hoyo en la roca. No se dé, pues, más potestad a la fuerza física, que es una necesidad para construcción y levantamiento, pero no para evolución y mejoramiento de la vida del ser humano.
La maestra Cony Flores solía decir: «Si tu espíritu se inquieta es porque tu conciencia te acusa». Pues bien, si la conciencia está tranquila, el pensamiento riguroso y el alma en paz, no hay fuerza, adversidad o poder material que sea capaz de quebrar el espíritu humano, ese es el gran legado de los místicos e intelectuales; si el tornado viene, el árbol de tronco fuerte se termina partiendo, mientras que el rosal, con toda su delicadeza (debilidad) natural, soporta doblándose al viento y luego vuelve a ponerse en su postura original. Así que no es la fuerza física, sino la fuerza mental y espiritual la ganadora.
De tal modo que se haga justicia a lo que realmente ha conquistado la humanidad, la consciencia bien servida y no la fuerza brusca animal. Por tanto, no es la fuerza bruta, ni las armas ni el grito animal, son una conciencia limpia, un pensamiento riguroso, un alma tranquila y una voluntad férrea los que permiten la gran conquista del ser interior y de todo lo existente. Ya lo decía el maestro de la pluma Víctor Hugo: «La primera justicia es la conciencia». Que sea entonces la misma la que nos haga comprender la importancia de la voluntad en la debilidad como medio eficaz de grandeza incalculable y belleza filosófica espiritual.