El nombre nos ofrece dos partes: la primera es la de una campaña, es decir, de una serie sucesiva de peleas y combates, con o sin debates a desarrollarse en un tiempo establecido. En tanto que lo electoral hace alusión a los contenidos de esa campaña, a la presentación y publicidad de candidatos, de ofertas y promesas para promover el voto de las personas, llamadas ciudadanos.
Normalmente, estas campañas eluden a lo relacionado al poder político y a lo que tenga que ver con los problemas reales de la sociedad y de los seres humanos. Por eso, hasta ahora se ha considerado exitosa aquella campaña electoral que entusiasma a los electores sin que los candidatos se comprometan, y sin que los problemas políticos más urgentes aparezcan por ningún lado.
La figura de los candidatos es un elemento crucial de estas campañas. Campaña es una palabra que viene del latín y quiere decir toga cándida, tratándose de una alusión a lo que ocurría en Roma en tiempos de Julio César, cuando los que aspiraban a ser electos se vestían con una toga blanquísima para ser distinguidos por la gente, y para significar la pureza incontrovertible. Es por lo mismo que las novias van al altar vestidas, precisamente, de blanco.
La candidatura es una construcción ideológica llena de inteligencia y cálculo, y funciona como una especie de coraza de acero o de otro metal que indique siempre que el candidato o candidata es inteligente, trabajador, honesto, amante de los niños, en fin, alguien en quien los votantes pueden confiar. Adentro de estas candidaturas moran, como los dioses en el Olimpo, las personas reales y de carne y hueso que normalmente no tienen las cualidades ni las virtudes que les aparecen como candidatos.
El sistema electoral, después de las votaciones, cuando este candidato es electo, le entrega un documento que lo califica como candidato electo. En este momento intermedio se está iniciando la separación entre el candidato que se ha comprometido con los electores durante la campaña electoral y la persona real que asumirá el cargo público y que no es la que se ha comprometido. El proceso culmina cuando el candidato ganador asume el cargo, y esa carga que asume no contiene ningún compromiso con las personas que han votado por él. En el caso de los diputados, esto es manejado expresamente por el artículo 125 de la Constitución que dice: los diputados representan al pueblo entero y no están ligados por ningún mandato imperativo. Esta disposición constitucional corta toda relación entre el elector y el elegido, y establece que ningún diputado está comprometido con los que han votado por él o por ella, dado que, el mandato imperativo es el poder en manos del pueblo votante que puede evaluar el desempeño del diputado y puede revocarle el mandato.
Como vemos, el sistema político del país significa una trampa para el pueblo, y este fenómeno se expresa en las campañas electorales que aparecen saturadas de ofertas al más puro estilo mercantil.
Establezcamos la distancia entre lo electoral y lo político: si bien, en todo este ejercicio electoral está en juego el poder político de los sectores dueños del país, se busca por muchos medios que los problemas reales de la sociedad no sean ventilados en estas campañas. Cuando esto ocurre –como ha ocurrido varias veces en la historia– es cuando la campaña electoral se transforma en campaña política, y es aquí cuando la sociedad real aparece con todas sus vísceras al aire, incluyendo su dosis permanente de violencia.
Las campañas electorales más importantes son aquellas que se han transformado en campañas políticas y estas comprenden las siguientes características: el partido político pone en práctica una filosofía, un programa político; este partido tiene militantes y no solo afiliados, sus miembros más importantes comparten y militan en las ideas políticas que encarnan al partido; estos militantes buscan en su trabajo político la comunicación directa y personal con las personas en sus centros de trabajo, en sus lugares de vivienda, ya sea en la zona urbana o rural; este trabajo se basa en la comunicación, mucho más que en el contacto, y el planteamiento político expresa los puntos fundamentales que recogen los intereses de aquellos sectores a los que se les pide el voto; de modo que los problemas de los futuros votantes son los que aparecen en los compromisos adquiridos por el partido en la campaña.
Esto es lo que ocurrió en 1967, en la campaña electoral del Partido Acción Renovadora que, aunque no ganó la presidencia de ese año, sentó las bases para las gigantescas luchas de 1968, con la primera huelga magisterial, de 1971; con la segunda huelga de ese mismo año; hasta 1972, cuando la Unión Nacional Opositora (UNO), alianza electoral entre el Partido Demócrata Cristiano, el Partido Comunista y el Movimiento Nacional Revolucionario, que llevó como candidato al ingeniero José Napoleón Duarte y al doctor Guillermo Manuel Ungo.
En ambas campañas, la de 1967 y 1972, así como en las huelgas magisteriales de 1968 y de 1971, la violencia gubernamental desatada contra el pueblo fue sangrienta y gigantesca. Los cuerpos de seguridad, tanto la policía como la Guardia Nacional, con fusiles de gran calibre y corvos desenvainados sembraron el terror y la muerte hasta la campaña electoral de 1977. Llegamos a la campaña electoral de 1977, que culminó con la matanza del 28 de febrero en la Plaza Libertad.
Estos hechos abrieron el camino para la guerra de 20 años, y las elecciones funcionaron como una especie de filtro por donde han pasado las crisis económicas y políticas no resueltas en nuestra sociedad. Lo electoral ofrece un espejismo consistente en la creencia de que las elecciones son la esencia de la democracia o la expresión más alta de ella, y que esta democracia no tiene mucho o nada que ver con la vida concreta de las personas, ni con su trabajo, su salario, su salud ni su vivienda, y que está reducida al simple voto pelado y desnudo. Por eso, elecciones van y vienen y esa democracia electoral pierde cada día mucho del valor que se le asigna.
En los actuales momentos, cuando las votaciones del 28 de febrero tienen el escenario de la mayor crisis social, económica y psicológica de las últimas décadas, las simples votaciones parecen tener las exigencias mayores, situadas mucho más allá de la mera y simple escogitación de los futuros gobernantes. En los actuales momentos, los gobernantes no pueden seguir gobernando como antes, y los gobernados no quieren seguir siendo gobernados como antes.