Apesar de que toda su vida ha estado llena de luchas y falta de oportunidades, Jenny Chinchilla, de 45 años, asegura que esto la ha ayudado a convertirse en la persona fuerte y llena de convicciones que es actualmente.
«Nací con discapacidad [motriz] en una situación de pobreza extrema, donde a mis padres les dijeron cuando yo nací que iba a vivir pocos meses», expresó Chinchilla.
Su situación no impidió que tuviera sueños y deseos de superación desde muy pequeña. Asegura que, aunque muchas personas ven la discapacidad como sinónimo de pobreza, para ella no significó un obstáculo en la vida, sino lo contrario: la oportunidad de entender que «la discapacidad no es lo que uno no pueda hacer, sino lo que se puede hacer por los demás con lo que uno tiene».
Con el pasar de los años, comenzó a desarrollar diferentes proyectos con la principal motivación de ayudar a las demás personas para que no se pusieran límites. Hasta el momento, ella considera que su logro más grande ha sido la inauguración de un proyecto de danza inclusiva dirigido a personas con discapacidad en sillas de ruedas.
Para lograr esto se certificó internacionalmente, junto con dos compañías: con la Danza Luz, de Venezuela, y con Cuerpos, de Colombia. Con dichas certificaciones representó al país por primera vez en un evento internacional.
Aunque Chinchilla no tuvo la oportunidad de estudiar en su infancia y nunca pudo asistir a la escuela, aprendió a leer y escribir en su casa.
Ella asegura que esto no se debió a la falta de dinero o de interés por parte de sus padres para que ella aprendiera, sino porque en aquellos años las escuelas y los maestros no estaban preparados para atender a una niña con discapacidad motriz.
Por tanto, hizo lo que consideró más conveniente para aprender: empezó a estudiar por sí misma y así logró aprender a leer y escribir por su cuenta. «Fui una niña autodidacta. Aprendí yo solita», aseguró.
Cuando aprendió a leer y a escribir, supo que debía avanzar y aprovechar el tiempo que pasaba en casa. Al cumplir 15 años empezó a elaborar tarjetas, manualidades y pinturas. Su madre la ayudaba a venderlas en la misma colonia donde residía.
Esto la ayudó a tener una fuente de ingresos en su hogar y le permitió también colaborar con la situación económica que vivía su familia.
«Necesitaba sentirme valiosa para mi familia, para la sociedad», enfatizó. A los 26 años cumplió uno de sus sueños de infancia. Empezó a estudiar por primera vez, gracias a programas del Ministerio de Educación que le permitieron, a su edad, estudiar la primaria.
«Algunas personas que me encontré en el camino me decían: “¿Para qué querés estudiar si ya estás vieja?”. Pero yo me decía que debía continuar, ya que no tenía ningún certificado de grado y necesitaba obtener uno. Cuando logré obtener los primeros certificados académicos, sentía tanta emoción que parecía que había obtenido un máster o un doctorado», apuntó.
NUEVOS PROYECTOS
Chinchilla nunca dejó de creer en su poder para salir adelante y convertirse en una profesional. Llevaba a la par sus estudios, pero también logró obtener sus primeras oportunidades laborales. «Luego la vida me empezó a abrir las puertas. Fui conociendo a otras personas con discapacidad y llegué a conocer organizaciones que me dieron la oportunidad de trabajar con ellas», señaló.
Trabajaba durante el día y por las noches recibía sus clases e inició un nuevo proyecto: se inscribió en un equipo de baloncesto. «Era bien cansado: el estudio, el trabajo, los entrenos en la selección de baloncesto. Pero al mismo tiempo también empecé a empaparme más sobre mis derechos como persona con discapacidad. El mundo se estaba abriendo para mí», destacó.
Gracias a organizaciones internacionales que le brindaron mucho apoyo en el aspecto laboral y académico, pudo viajar a Estados Unidos, donde durante un año recibió cursos de liderazgo y empoderamiento. Además, en 2018 le otorgaron una beca completa para estudiar inglés en la Universidad de Oregón.
«Cuando me notificaron de la beca de inglés tuve que tomar la dura decisión de irme y dejar el trabajo que había tenido durante 14 años», dijo.
Cuando regresó al país, las esperanzas que traía de poner lo aprendido al servicio de los demás se desvanecieron. Tocaba las puertas y nadie se las abría.
«Se me hizo tan frustrante porque me había preparado con diplomados, talleres, cursos por más de cinco años en diferentes rubros, y no poder tener nuevamente las oportunidades que había soñado me desanimó. Pero la tristeza me duró poco. Levanté la cabeza y continué», expresó.
Inició nuevamente sus estudios, creó su emprendimiento y además se certificó como facilitadora en Insaforp (Instituto Salvadoreño de Formación Profesional), pero además decidió crear proyectos específicos para personas con discapacidad.
En este punto estaba cuando la pandemia llegó para cambiar sus planes. «Para mí fue bien caótico. Estaba empezando una nueva vida como facilitadora independiente, como emprendedora y como gestora de proyectos para personas con discapacidad. Luego, verme en una situación de pandemia donde todo se paró y nos afectó a todos en diferentes formas fue frustrante».
Desde ese momento, y gracias al apoyo de su familia, amigos y conocidos que la animaron a no decaer, tuvo la idea de dar talleres virtuales dirigidos a mujeres con discapacidad.
Así inició «Fortaleciendo mi interior», con lo que ha dedicado apoyar a mujeres que han tenido problemas de violencia intrafamiliar durante la pandemia. Chinchilla cursa actualmente cuarto año de Psicología con una beca completa que obtuvo en la Universidad Pedagógica.
«Aunque ahora estoy feliz estudiando, antes fui a otra universidad donde tuve muchos problemas con el tema de la inclusión. Ahí no me apoyaron como debía de ser, sufrí mucho “bullying” y acoso. Cuando solicitaba que se habilitaran aulas accesibles, me decían que solo me la llevaba de lujosa y que, si no me gustaba el trato, que me fuera».
Asegura que su vida no ha sido fácil, ya que ha tenido que afrontar muchas situaciones complicadas que en determinados momentos la han hecho sentirse deprimida, pero asegura que su posición la ha hecho entender y apoyar a otras personas que, como ella, han pasado por lo mismo. «Las personas con discapacidad no somos un problema, sino que somos parte de la solución», finalizó.