Filetear un pescado, encender una fogata o construir un iglú: en el Ártico de Canadá, se alienta a los jóvenes inuit a conectarse con su cultura en un intento por prevenir la depresión y el suicidio.
Una docena de jóvenes se reúnen en torno al instructor Alex Flaherty. No quieren perderse ninguno de los gestos del cazador tradicional mientras corta el pescado o prende el fuego.
«Nuestra cultura ha cambiado mucho en los últimos 50 años, de cuando la gente vivía en iglús… el cambio ocurre muy rápido (y) estamos perdiendo nuestra cultura», dice a la AFP.
Flaherty atribuye los cambios a una serie de males sociales, como los delitos violentos, el abuso de sustancias y una alta tasa de suicidios.
Con la esperanza de ayudar a remediar estos problemas, en los últimos tres años llevó a cientos de adolescentes a caminar, acampar y cazar en la vasta tundra.
Además de mantener viva la cultura inuit, su programa Polar Outfitting, financiado por el gobierno, también tiene el objetivo de reforzar la salud mental de los jóvenes y enseñarles a adaptarse a un clima cambiante, en una región que se está calentando mucho más rápido que otros lugares del planeta.
Flaherty dice que acepta principalmente a jóvenes de 12 a 20 años, «porque es entonces cuando su estilo de vida comienza a cambiar (y) cuando necesitan ayuda».
En el verano, caminan por tierras rocosas y azotadas por el viento cerca de la bahía de Iqaluit, que cuenta con 7,000 pobladores y a la que en la mayoría de los meses del año solo se puede acceder por avión.
También aprenden a confeccionar redes de pesca, navegar y sobrevivir en un este lugar tan prístino como implacable.
En pleno invierno, cuando la luz del día se reduce a unas pocas horas, salen a pescar en el hielo y construyen iglús.
No se trata solo de pescar
A los 22 años, Annie Kootoo es la mayor de esta clase. Derrocha alegría tras pasar 10 días en la naturaleza.
«Hice muchas actividades que no hago normalmente, y ha sido muy útil para mi salud mental», dice.
Chris Laisa, de 14 años, se hace eco del sentimiento. «Me siento muy bien», afirma después de una lección. «Fue divertido porque aprendí a filetear pescado y a prepararlo».
Flaherty señala que «no se trata solo de pescar. Se trata de despejar la mente, estar al aire libre y compartir con los demás».
En el norteño territorio canadiense de Nunavut, donde la edad promedio es de 28 años, los jóvenes se ven profundamente afectados por el aislamiento y los traumas intergeneracionales causados por las políticas coloniales del pasado.
Al igual que muchos pueblos indígenas de Canadá, los inuit están atormentados por los recuerdos de haber sido forzados a ingresar a escuelas residenciales donde fueron despojados de su idioma y su cultura, y donde fueron objeto de abusos.
Aquí la tasa de suicidios es mucho mayor que en el resto del país: 76,6 contra 10,1 por cada 100,000 habitantes en 2020, según el organismo nacional de estadísticas de Canadá.
Camilla Sehti, jefa de servicios de salud mental y adicciones del gobierno de Nunavut, repasa una larga lista de las cosas que han contribuido a la crisis: «Son tantos factores».
«Creo que la colonización tuvo un gran impacto en este territorio y en la capacidad de las personas para sentirse conectadas consigo mismas», explica, al tiempo que describe nuevas iniciativas de salud mental que hacen hincapié en «la familia, la cultura y la comunidad».
La sanación «comienza con reconectar a las personas con su cultura», afirma.
Después de perder a su mejor amiga hace dos años, Minnie Akeeagok comenzó a publicar advertencias en las redes sociales sobre la depresión y el suicidio.
«Todos en Nunavut conocen a alguien que se suicidó o que tuvo problemas de salud mental. Yo personalmente conozco a más de cinco», señala a la AFP esta joven de 18 años.
«Necesitamos más recursos, mayor acceso a la salud mental en Nunavut», afirma, y subraya que la situación es aún más grave en las comunidades más lejanas del Ártico.