La casa de Teresa Gisbert ya no tiene puerta, ni apenas muebles. Destrozados por el barro, aguardan amontonados en una estrecha calle de Sedaví, mientras ella trata de salvar algún recuerdo del fango que arrasó su casa y parte de la provincia española de Valencia.
«Nací aquí, y lo he perdido todo», explica con la voz quebrada esta mujer menuda de 62 años, entre las paredes vacías de esta casa baja muy típica de los pueblos de la zona de la huerta valenciana.
Una línea oscura a más de un metro de altura recuerda hasta dónde trepó el agua el martes en esta vivienda situada en el centro de Sedaví, una localidad de 10,000 habitantes al sur de la capital, Valencia, la tercera ciudad de España, que da nombre a toda la región.
Ella y su hijo se refugiaron en una terraza elevada y pasaron después a casa de una vecina, sorprendidos por la magnitud de una ola de la que no les habían avisado.
«Decían ‘alarma por agua’, pero tenían que haber dicho que era una riada», lamenta esta mujer risueña, que fluctúa entre las lágrimas y las cariñosas arengas a sus vecinos.
«Lo hemos pasado muy mal. Gracias que tenemos ángeles que nos traen comida, que nos han ayudado», explica señalando a los voluntarios.
Dos de ellos, llegados de Valencia, le siguen auxiliando a vaciar una de las habitaciones en las que todavía quedan objetos cubiertos de lodo. Mientras tratan de recomponer sus vidas, Teresa y su hijo se alojan en casa de una amiga y reciben ropa donada.
«Yo voy allí de prestado, porque no tengo ni dónde dormir», señala con los ojos vidriosos.
«Muy duro»
Un poco más arriba de esta calle atravesada por una montaña de objetos sacados de las viviendas, Pepita Codina sigue barriendo los restos del lodo que anegó la planta baja de su casa.
El agua arrasó su cocina, el salón y muchas de sus fotografías, pero ella pudo refugiarse del peligro con su marido en su piso de arriba.
«Está todo para tirar», lamenta esta jubilada de 66 años señalando la nevera en la que perdió toda la comida que tenía almacenada.
Aun así, se siente una afortunada porque la muerte pasó muy de cerca por este barrio. A unos metros de su calle apareció el cadáver de una persona arrastrada por la corriente y una vecina sigue desaparecida.
«Hemos tenido una señora desde el martes muerta [en la calle] hasta el jueves, que se la llevaron. Esto es muy duro», recuerda Pepita.
Una imagen que jamás pensó ver en su pueblo José Ferrandis, otro habitante del barrio, que no recuerda una catástrofe igual.
«El problema es que vino de repente», cuenta este hombre de 81 años sobre la rápida crecida del agua.
«Mi hijo es el que ha perdido casi todo, pero lo podemos contar», explica resignado.