El reformador Juan Calvino solía decir: «La mente del hombre es como una tienda de idolatrías y supersticiones». Esta sentencia marca una realidad palpable en la historia de la humanidad, el ser humano pareciera necesitar de idolatrías y supersticiones para poder vivir seguro o sentirse pleno, no le basta su propia realidad y capacidad para afrontar las circunstancias.
Es preciso comprender que en la medida que la persona se aleja de sí misma necesita urgentemente una figura que le dé certeza y no siempre es una seguridad racional o benefactora. La mayoría de veces cae en un círculo vicioso de superstición o idolatría, que a modo de placebo hace sentir que las cosas estarán bien y no se necesita interiorizar más en sí mismo.
De tal manera que, a costa de la verdad y del esfuerzo que amerita la propia estima y el construirse propiamente, se suele buscar y aceptar aspectos superficiales, que acarician pero no aman. La filosofía es fuerte batallante contra aquellos planteamientos que hacen sentir a la gente a fuerza de alejarlas de la realidad y ponerlas en un mundo tan falso que solo crea ficción.
Tal como el insigne escritor Honoré de Balzac establecía: «Hay que dejar la vanidad a los que no tienen otra cosa que exhibir», solo el que no tiene más que vanidad y solo el que posee tan poco como los bienes innecesarios puede más que hundirse en la bajeza de las idolatrías. Ser capaz de no degustar la libertad, esclavizado por el tener en exceso y desear en exceso.
Así pues, el mundo (es decir, las personas de ese mundo) debe comprender de una vez que de nada le sirve tanta ley, doctrina, religiones, normas sociales, autoritarismos para la libertad, si al final no puede ni emanciparse a sí mismo. Ser esclavos de nuestros propios demonios es un sacrilegio a la plenitud de la vida, es preferible ser esclavo de otro y echarle la culpa por las desgracias e injusticias que no poder echárselas a nadie.
Por lo tanto, es tiempo ya, tal como diría el maestro iluminado Siddhartha Gautama, el Buda: «El origen del sufrimiento es el apego, que crea la ilusión del ego». Nada limita más la vida que el apego, nada corrompe más la vida que el ego. Esos dos amantes sucios son los culpables de todo tipo de crueldad, ignorancia, soberbia y calamidad existente en este plano llamado Tierra.
Empero, lo único que nos pertenece en la vida es el no tener nada de verdad; todo lo demás es prestado y a lo mucho solo administrado, pero esa es una verdad que pocos aceptan y viven. Por ello, es más fácil crear un mundo falso e imaginario, conocido como ídolo, que comprender sobrada e ineludiblemente que todo lo que se necesita está dentro de sí y ante todo y sobre todo en Dios.
¿Se anima? Liberarse de toda atadura placebo será la mejor decisión que haya tomado en la vida, convirtiéndose el ser liberado en señor y muy señora de sí mismos.