Empezar el año leyendo o regalando un nuevo libro es una buena forma de empezarlo bien. Todos los comienzos reclaman voces nuevas. Por lo demás, las festividades de Navidad y Año Nuevo traen casi siempre desgaste emocional. Ello se explica por varias razones: las actividades exigidas por estas fiestas en que la prisa y la ansiedad transforman el ritmo de la cotidianeidad; el cúmulo de personas que tratan de hacer exactamente lo mismo en el menor tiempo posible; las expectativas inevitables, pese a los desengaños crónicos de que, casi como por arte de magia, la realidad cambiará completamente a partir de estos días; el recuerdo en fin de los familiares y amigos que ya no están.
No recuerdo si fue Agamben o Byung Chul Han el que habló del sacrificio de la celebración del instante. Por ello regalar un libro no es cumplir un compromiso, sino algo tan cálido como dar un abrazo o estrechar la mano en situaciones especiales.
No se trata por tanto de recomendar una lista de «best sellers». Elaborarla es difícil porque lleva la marca personal. Dime qué libros lees o no lees y te diré quién eres. Estas listas son resultado de los gustos personales que se cruzan con el azar de las publicaciones. Por ejemplo, la coincidencia con el aniversario de la primera edición de una obra, la aparición de una nueva traducción de un clásico que merezca ser destacada, la publicación de un nuevo libro de un autor que implica un giro en su pensamiento o en su estilo.
En este año que acaba de pasar, ediciones Debolsillo presentó la edición de centenario de la obra de Thomas Mann «La montaña mágica», en una nueva traducción de Isabel García Adánez. Se trata de una novela de iniciación de la juventud a la madurez («Bildungsroman»), en que, en un sanatorio a 1,600 metros de altura, se revisa la condición humana a través de la discusión de los grandes temas de la cultura occidental por personajes que están enfermos y viven aislados del mundo cotidiano. La tuberculosis es aquí la metáfora del nihilismo. La novela se desarrolla en los años previos a la Gran Guerra que destruirá la hegemonía de los imperios europeos y su visión del mundo. La ironía recorre a la novela: todos los protagonistas, incluidos sus médicos, están enfermos. Todos tratan de vivir ignorando la muerte que llevan dentro de sí. La enfermedad no solo es física, sino también moral, y corroe tanto el cuerpo como los valores de la civilización por su simpatía con la pérdida de la razón. Esta edición de centenario viene para bibliófilos en pasta dura blanda, en una nueva traducción, más clara que la de Mario Verdaguer.
La Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española publicaron este año una edición conmemorativa de la obra del poeta mexicano, premio Nobel de Literatura, Octavio Paz, «Corrientes alternas. Antología de verso y prosa». Es una edición preciosa, en tapa dura, donde se vuelve a leer la escritura de Paz, de quien por cierto nos hemos distanciado en las últimas décadas. Paz es un taumaturgo de la palabra.
«Corredores sin fin de la memoria/ puertas abiertas a un salón vacío/ donde se pudren todos los veranos/, las joyas de la sed arden al fondo»… La edición viene acompañada de ensayos de Adolfo Castañón, Roger Bartra, Fabienne Bradu, entre otros. Esta edición de Paz tiene el mérito de volver a traer a nuestra atención al escritor mexicano que fue, durante décadas, uno de los referentes indispensables de la literatura y el ensayo.