Se cumplen 29 años de la firma de los Acuerdos de Paz en El Salvador. Viví mi juventud durante el conflicto armado, no me lo han contado ni lo he leído; puedo hablar con testimonio y vivencias. Ser joven era peligroso en extremo, con amigos fuimos víctimas de arbitrariedades de los extintos cuerpos de seguridad; así como en este siglo, nos acostumbramos e insensibilizamos, veíamos muertos en el Centro Histórico, en cantones, caseríos, departamentos; masacres, desaparecidos, robos, hurtos, grupos de exterminio, secuestros, violaciones de todo tipo y otras arbitrariedades. Dependiendo de la familia, amigos y cercanos, tomamos bando a favor de unos y en contra de los otros. A unos se les denominaba héroes y que tenían la razón, por la ley y por la fuerza para combatir, y a los otros, guerrilleros, comunistas, terroristas, insurgentes, asesinos y otros calificativos.
A los guerrilleros se les atribuía que luchaban y se enfrentaban al poder y a las autoridades legalmente constituidas para luchar contra las injusticias sociales, la marginación, exclusión, los gobiernos autoritarios, la ausencia de democracia, explotación laboral y porque no había libertad de expresión, entre muchas justificaciones; a las fuerzas de autoridad y gobiernos de turno, que defendían al país y al pueblo de los ataques de los terroristas.
El conflicto se desarrolló y se intensificó por 12 años, en medio de balas, bombas, coches bomba, bombardeos terrestres y aéreos, masacres, y cada mes y año, la violencia y el odio se incrementaban entre ambos bandos, y los ciudadanos, algunos tomaban bandera por cualquiera de los dos lados, y poco a poco la gran mayoría, «el pueblo», comenzó a tener indiferencia y a trabajar duro, porque si no trabajaba, no comía, y no podía pagar sus deudas y recibos. El 30 % de la población decidió abandonar el territorio.
El daño a la población, a la infraestructura, a la sociedad y al país no podía cuantificarse. Las fotos y los videos de intentos de diálogo por llegar a un acuerdo de cese de fuego y paz perdieron toda credibilidad. El poderoso caballero don dinero había llegado a montos diarios superiores al millón de colones para sostener un conflicto que se pretendió resolver con balas, cañones, bombas caseras, tanques y otro tipo de artillería por ambos bandos. Muchos se comenzaron a beneficiar económicamente del conflicto.
Llegó la denominada ofensiva «hasta el tope», y los financistas de ambos lados se dieron cuenta de que no había ni vencedores ni vencidos, solo el pueblo perdió y seguía con mayores problemas que en la década de los años setenta. Los asesinados, masacrados, heridos, mutilados, desaparecidos, los excombatientes de ambos bandos con lesiones de guerra y psicológicas permanentes, y otras graves violaciones a los derechos humanos, fueron y son una realidad. Son víctimas, sin justicia y sin reparación. Ese es el verdadero nombre; para los firmantes y autores intelectuales y materiales son «simples daños colaterales».
Luego de 29 años de la firma de los Acuerdos de Paz, muchos firmantes siguen exigiendo que los veamos superiores a los próceres, como lo mejor de la historia de la nación. La mayoría de ellos ahora viven vidas solventes económicamente gracias a los Acuerdos de Paz y a los arreglos, beneficios, para callar los fusiles y las balas. Pero no llegó la paz, tampoco la cultura de paz y sana convivencia, ni la justicia social; no resolvieron los problemas estructurales, ni la marginación, ni la exclusión social. El Estado nunca llegó al territorio con servicios básicos asistenciales. Y saben qué, firmantes de sus acuerdos: se registran más de 110,000 asesinatos de 1992 a 2019, más de 32,000 denuncias de personas desaparecidas y 70,000 miembros de pandillas activos.