Ciertamente el mundo avanza hacia sociedades de mercado tecnológico. Las sociedades buscan la riqueza y con ello el crecimiento y desarrollo económico, conllevando a vidas cada vez más estresadas, menos pensadas y más robóticas. Lo dicho con antelación por sí mismo no tiene nada de malo ni de extraordinario, pero sí es de menester dar otra opción, no reemplazable, sino paralela. Esta elección debe ser la de una sociedad fundamentada en el pensamiento crítico, analítico, moral y humanista; así, coetáneamente convivirán el mundo de la economía y el mundo del ideal de los valores trascendentes.
Es preciso, pues, establecer una conceptualización de los dos mundos como gemelos inseparables, puesto que la economía por sí sola vuelve inhumanas las sociedades y, los valores trascendentes sin desarrollo económico, vuelve los ideales pura abstracción sin sentido. Y en este momento de grandes cambios a nivel global y, por supuesto, del país, se necesita más que nunca un equilibrio entre lo justo materialmente hablando y lo justo éticamente hablando.
De tal manera que los intereses de grupos distintos, ideologías distintas, visiones diversas deben tener en común el sentido de los valores morales como eje transversal de todo condicionamiento y estructuración de un sistema político y económico muy propio de El Salvador. Una ruptura como la que se ha dado en el país, de un pasado indigno, también merece un presente y un futuro bien pensado y con marcado camino claro, donde se encuentren estos dos mundos expuestos en el título, el desarrollo económico y el desarrollo valorativo humano.
Tal como el maestro Hegel veía en la filosofía moral de Aristóteles y Platón un orden racional que engloba todo fenómeno humano y, por tal, de practicidad humana, la actualidad mundial y nacional merece un orden racional que supere los emocionalismos que puedan llevar a tomar decisiones erróneas y fuera de lugar, donde se desilusione el gran ideal de los cambios que se han empezado a presentar.
Así pues, convertir en un modo de vida aceptado estatalmente la unión de los dos mundos podría significar un avance sin precedentes en el mundo, y ya no se diga en el país, que, por sus características geográficas, se puede implementar con mayor rapidez y agilidad, a nivel de una economía política social de mercado. Ese fue el gran avance de la Ilustración, con su eslogan «Convertir a los hombres en artífices de su propia vida», ha de ser en esta propuesta de los dos mundos (tan bellamente expuesta originalmente por la filósofa Adela Cortina) el elemento conciliador de una democracia con características de innovadora y revolucionaria.
Por lo tanto, despertar una actitud sin precedente en el país es de suma importancia, ya que permitiría una tarea moral que configure la base del desarrollo y la justicia social en una moral codificada al estilo griego, que permita vivir con intensidad el anhelo de mejorar la calidad de vida de todos, sin pasar por encima de las minorías que piensan distinto, como es la democracia mundial actual (aclarando, ya envejecida y necesaria de renovar).
De tal suerte que la propuesta presentada en esta columna busca, ante todo y sobre todo, sentar un precedente teórico sobre cómo la economía pujante y los valores trascendentes pueden ir de la mano sin estropearse uno con el otro y mucho menos jerarquizarse como prioritario uno sobre el otro. Solo así se puede configurar en la práctica la teoría de los dos mundos, que conlleve al ser y hacer en un mismo ser político, empujando hacia el nuevo orden tan necesario para renovar las fuerzas morales, tal como lo expresaba el maestro José Ingenieros hace ya casi un siglo.
Pueda que esto sea un ideal demasiado abstracto para muchos, pero de algo no hay duda, del mundo de las ideas, tal como lo planteaba el maestro Platón, nace todo un sentido de la comprensión e interpretación de la vida, y es precisamente a la base de este gran ideal que se puede estructurar en la realidad cotidiana la unión de los dos mundos que sustenten una vida más digna y elegante de los salvadoreños.