En algún momento de tu vida cotidiana te has encontrado con personas que hablan maravillas de ti, te adulan y son totalmente incondicionales a tu favor. Si este es el caso, te has encontrado con los que comúnmente se conocen como aduladores, oportunistas o achichincles; generalmente los hay en distintos ambientes sociales, con características muy peculiares en cada rincón del mercado de las vanidades; se les ve con trajes de marca y prendas lujosas, como todos unos íconos de la moda, con frecuencia en oficinas de Gobierno, de empresas, bancos, iglesias, universidades, etcétera, pero son más peligrosos cuando están enquistados en las esferas del poder político.
El oportunista usa como estrategia la no contradicción y la obediencia total al superior, no importando si este es deshonesto, de la peor calaña, adinerado o simplemente tiene una buena cuota de poder; es aquel que para obtener o mantener influencia en las decisiones recurre a argumentos agradables, pero incorrectos, a los oídos de los que deben tomar decisiones trascendentales, y peor cuando estas son transferidas a ellos, privilegiando así la corrupción, el nepotismo y el clientelismo político, en menoscabo de la transparencia, la rendición de cuentas y la meritocracia, que deben prevalecer en la gestión pública y en el resto de las actividades de la vida nacional.
Estos rastreros o parásitos se alimentan de dirigentes, líderes políticos, gobernantes, representantes de gremiales e iglesias y empresarios que viven del reconocimiento, de los elogios y de la adulación; miden su éxito de acuerdo con la cantidad, calidad y el tamaño de la adulación o servilismo; casi siempre están en la búsqueda de la conquista de intereses, que pueden ser bienes, servicios o dinero.
En el estamento político, estos se han diversificado o incluso mutado, es así como a muchos de esta especie de roedores se les ve como entrevistadores, un prototipo de funcionarios públicos, algunos fungen como asesores en la Asamblea Legislativa, sin tener credenciales ni competencias, el llamado Batallón Cobra, y aquellos otros, disfrazados de analistas políticos, en una auténtica rueda de caballitos, que desfilan en los medios de comunicación defendiendo posturas absurdas, disminuyendo su imparcialidad y llevando la crítica al nivel de cero o nada; de acuerdo con el interés que representan, defienden o persiguen, convirtiéndose en auténticos profesionales de la labia, cortejando oídos, seduciendo vanidades, sobredimensionando cualidades de falsos líderes e instrumentalizando la opinión pública en favor de un régimen o grupos de poder político, económico y fáctico, que son los que más se rodean de un séquito de achichincles bien entrenados para promover y cabildear leyes en el parlamento o comprar voluntades en las esferas del poder político, a cambio de favores a los intereses de sus amos, con quienes se cotizan al mejor valor de mercado o reciben como pago prolongar o afianzar sus puestos de trabajo, o ser nombrados o transferidos a puestos estratégicos mejor remunerados, como otrora se intercambiaban los esclavos en los imperios coloniales.