Ningún ciudadano, en ningún lugar del mundo, confiará en el sistema de justicia de su país si tiene la percepción de que la ley únicamente se aplica al pueblo llano pero jamás a los poderosos.
En El Salvador a lo largo de nuestra historia republicana, 200 años, nosotros, el pueblo, no solo tenemos esa percepción, sino además la plena convicción y evidencia de que así ha ocurrido.
Se trata de un círculo vicioso: la economía de un país no puede funcionar y mucho menos puede avanzar si la seguridad pública no está garantizada, y es imposible garantizar esa seguridad en el contexto de un sistema de justicia que permite la impunidad de los criminales de cuello blanco, un sistema en el que la justicia es sujeto de compra y venta.
O, como desde hace mucho lo había venido diciendo el Departamento de Estado de EE. UU. al referirse a El Salvador en su Informe Anual de Derechos Humanos: «Un sistema judicial ineficiente y corrupto».
Eso es lo que sucede de manera inevitable cuando todos los partidos políticos y la institucionalidad están al servicio del poder fáctico, que no es otra cosa que un pequeño pero muy poderoso grupo oligárquico, a cambio de maletines negros repletos de dinero entregados debajo de la mesa y en lo oscurito.
En consecuencia, son esos señores del poder fáctico, quienes, sin tomarse nunca la molestia de presentarse a las urnas, siempre han gobernado el país desde la sombra y han diseñado el Estado en función exclusiva de sus intereses.
Espoleados por los extremos más grotescos de esa realidad deplorable, el 3 de febrero de 2019 nosotros, el pueblo, derrotamos democráticamente en las urnas al régimen bipartidista de ARENA-FMLN y ganamos el Poder Ejecutivo.
Luego, también en las urnas, el 28 de febrero de 2021 refrendamos aquella primera victoria y ganamos la mayoría absoluta del Poder Legislativo.
Fue entonces cuando pudimos dar el tercer paso decisivo para cambiar radicalmente el sistema oligárquico que nos sometió durante 299 años: el pasado 1.º de mayo nuestra nueva Asamblea Legislativa comenzó la regeneración sustantiva del antiguo y corrupto Poder Judicial.
Nada ha sido casual ni improvisado en esta aún muy breve pero muy intensa puesta en marcha hacia el desarrollo nacional. Nosotros, el pueblo, dimos a luz a un líder inteligente, eficiente y valiente, y este creó y articuló una estrategia correcta y conformó un equipo de gobierno capaz de implementarla.
Nuestro fundamento es muy sólido y está conformado por la sabiduría, la convicción, la tenacidad y la valentía. Por eso es que tenemos confianza y certeza de que este camino ya es irrevocable.
Los primeros y anhelados frutos del gran cambio real están a la vista. Nosotros, el pueblo, somos por fin los artífices de nuestro propio destino, y no volveremos a permitir nunca más ni los abusos oligárquicos internos ni las ominosas injerencias externas.