El nerviosismo y la exaltación de ánimos y pasiones de algunas personas comienzan a poner más turbulento el ambiente, en el que rumores y murmuraciones van y vienen.
Las ansiedades derivadas de la avidez nublan sus mentes y sus ojos «verdes» les impiden ver el horizonte claramente trazado desde el principio.
Ya no les importa trastocar todo cuando de lograr sus propios objetivos se trata.
En estos tiempos, navegar con bandera de tonto no significa estupidez ni debilidad, mucho menos ignorancia.
Es sabiduría que se teje con hilos finos de paciencia, que no se aprende en las favelas ni en medio de hojarasca donde deambulan las serpientes que, al más mínimo descuido, atacan.
Es un año complicado, en el que ya se mueven «dementores» que solo causan desesperación y tristeza en los débiles de carácter, pero que cuando se topan con la sagacidad de algunos se retuercen cual babosas con sal y buscan desesperadamente infligir daño.
Por muy alta y amenazante que sea una ola, termina cayendo con estruendo. El que sabe se divierte y calcula su momento, como un detective del momento justo.
Es una coyuntura en la que solo los valientes triunfarán con la verdad por delante y nadarán en aguas turbias, conociendo que un enemigo abierto y declarado es menos formidable que uno que se oculta y no dice nada.
La maldad siempre tiene su recompensa. Mi madre me enseñó que nunca se debe ofender o engañar a la persona equivocada.
Hay que saber con quién se está tratando. Y eso debe aplicarse en estos nuevos tiempos, en los que ya vemos viejos zorros arrancándose la piel con neófitos que creen que la adulación, la altanería, la ambición y la arrogancia los hacen genios.
Principiantes que se dejan empujar —por sus asesores expertos en crear fantasías políticas— a las aguas llenas de tiburones, sin saber nadar y con apenas una navaja en mano.
Hay que entender que la coyuntura de este año no tiene un solo patrón. Estoy seguro de que será cambiante y compleja, según avance el tiempo y se deban tomar las mejores decisiones, en medio de marejadas en las que hay expertos en remover las aguas para atrapar peces.
Es entonces cuando las ansiedades alcanzarán su máximo esplendor, causando alboroto, llanto y crujir de dientes.
En lugar de cerrar los ojos a la realidad, se deben tener bien abiertos. Pestañear es peligroso. Sé que el discernimiento es un don de Dios solo para algunos y es clave en la carrera política.
Hay que «pegarse» a quienes lo tienen, pues comprenden con claridad la verdad y saben la diferencia que existe entre varias cosas de un mismo asunto.
Las palmadas en la espalda es camino seguro al precipicio.
Es cuando la prudencia, la tolerancia y la valentía se convierten en piezas fundamentales en la consecución de una apuesta ganadora.
Hay que entender que es la perseverancia, no el genio, la que lleva a los hombres a la gloria, en un camino plagado de molestos compañeros de ruta y ante extraños paisajes. El secreto radica en la calidad de las labores de preparación.
Si se planea teniendo en cuenta el final, nadie se verá abrumado por las circunstancias y sabrá cuándo parar.
Hay que guiar la fortuna con suavidad y ayudar a determinar el futuro pensando con antelación. Si no tenemos claro qué camino seguir para llevar a cabo una acción, lo mejor es no intentarlo. Las dudas y la vacilación la estropearán.
La timidez es peligrosa: es mejor entrar con audacia que es la que separa a la persona del rebaño. De igual forma se debe medir el compás que trazan los aprendices de cortesanos.
Estos, creyendo saberlas de todas, todas, endulzan, engañan y saben utilizar a sus tontos útiles en la consecución de sus intereses que giran alrededor del poder, pues se consideran magos de la apariencia y el cinismo.
Es imperdonable olvidar que el mundo está lleno de boyardos, sujetos que desprecian y guardan celosamente sus reducidos ámbitos de poder.
Seres que el dolor y la desgracia de otros no les interesa.
Pero que en el camino pierden la brújula, en una coyuntura cambiante y llena de peligros externos. La mesa está servida, y solo los perseverantes, sagaces y valientes se sentarán a cenar.
Una reflexión al oído.