María Teresa Toloza tiene 80 años, sus manos muestran la huella de su trabajo como alfarera, una mujer que a lo largo de su vida de artesana ha elaborado cientos de piezas de barro como los comales, ollas, cántaros, entre otros, que todavía se usan en la cotidianidad de las familias salvadoreñas.
Aprendió el oficio a los 10 años y su maestra fue su madre, quien se dedicaba a este arte. Reside en el barrio El Calvario, en San Juan Nonualco, La Paz, y durante este tiempo de dedicarse al oficio creó diversidad de productos con el barro y los comercializó.
«Puedo de todo lo que me digan, por ejemplo, me trae un dibujo de lo que sea y se lo hago», dice la artesana octogenaria, quien actualmente tiene un puesto de artesanías frente al mercado municipal de esta ciudad.
Confirma que con el paso del tiempo este arte ha tenido menor importancia entre los pobladores debido a varios factores, uno de estos son las afectaciones para la salud de algunas personas que se dedican a este oficio por el tipo de trabajo, pues es necesario hacerlo con leña.
«La mayoría de las alfareras [de San Juan Nonualco] ya no trabajan en esto. En el barrio solo me he quedado yo y otra vecina, que se llama Paz. Además, la gente ya no quiere hacer más [piezas de barro]», afirma María Teresa.
Además, la mayor producción debe hacerla en la época de verano, ya que durante la época lluviosa no se trabaja el barro debido al suelo mojado. Al no tener horno, hace el proceso en una cama de leña sobre el suelo, lo cual es una desventaja, asegura.
Ella expresa que sus hijos pueden trabajar el barro, pero luego de aprender otros oficios ya no se dedican a esto.