Frecuentemente se ha dicho que 2021 es un año de recuperación global, así lo señalan diferentes estimaciones económicas. Una de las más recientes ha sido la del Banco Mundial (BM) respecto a Latinoamérica y el Caribe (excluyendo Venezuela) donde se estima que la región crecerá este año 0.4 % más de lo estimado a finales de 2020, para alcanzar un crecimiento económico de 4.4 % para 2021.
Esta revisión al alza es explicada principalmente porque el comercio global de bienes se ha mantenido relativamente bien gracias a una pronta recuperación del este de Asia y, particularmente, de China que se ha reflejado en mayores precios de las materias primas.
Una buena noticia para la región debido a la alta dependencia de estas y aunque realmente esto es una fragilidad de la región —ya que se encuentra altamente expuesta a choques macroeconómicos—, en este momento juega a su favor.
Pero existen dos situaciones que pueden frustrar las buenas perspectivas para la región: la primera es la evolución de la pandemia por las rezagadas campañas de vacunación, y la segunda es su eterno verdugo, el dólar.
Respecto al primer punto, de acuerdo con información recopilada del sitio web Our World in Data, el único país de la región que resalta por el momento es Chile, donde se estima que el 34 % de la población ha recibido al menos una dosis, que deja al país austral como líder a pesar de los recientes confinamientos. Seguido por Uruguay, Brasil, Argentina, México, Colombia y El Salvador con 15.8 %, 6.6 %, 6.6 %, 4.8 % y 2 %, respectivamente.
El problema es que las campañas de vacunación avanzan lentamente mientras que la nueva ola de contagios se intensifica, como en el caso de Brasil. Situación que no permite la reactivación económica generalizada, ya que aunque el sector de bienes se mantenga no es suficiente para impulsar a la región. La falta de confianza y el control de la pandemia deja de lado la recuperación del sector de servicios como el turismo, una parte fundamental en la senda de la recuperación.
En segundo lugar, y en contra de todo pronóstico, el verdugo de la región ha vuelto a aparecer. En lo corrido del año, el índice del dólar conocido como DXY —el cual representa el comportamiento frente a las monedas de sus principales socios comerciales— se ha fortalecido en 3 %. Pero si se mira las monedas latinoamericanas, estas son unas de las que más han perdido terreno.
De hecho, de las cuatro monedas de los mercados emergentes más depreciadas frente al dólar estadounidense en lo corrido del año —la primera es la lira turca, con una depreciación del -10.6 %, seguida del real brasileño (-10 %), el peso argentino (-8.5 %) y el peso colombiano (-7.8 %)— tres son latinoamericanas.
Detrás de este apetito por el dólar se encuentra principalmente el «boom» económico que se avecina en la primera potencia mundial, donde se espera un crecimiento de más de 7 % del PIB en términos reales para 2021 gracias a un estímulo fiscal sin precedentes y una campaña de vacunación relativamente exitosa.
Claramente, una recuperación vigorosa en EE. UU. es una buena noticia por el efecto derrame que termina favoreciendo a otros países. El problema es que el precio a pagar ha sido mediante la subida fuerte en las tasas del tesoro americano a largo plazo, un apetito por el dólar para participar en la recuperación americana y una reevaluación de las primas de riesgo donde los países con mayores desbalances son los más afectados.
Lo que es cierto es que una fortaleza afecta a los países que se vieron obligados a aumentar su endeudamiento para afrontar la pandemia y con monedas más débiles sería más complicado cumplir con sus obligaciones financieras, principalmente en moneda extranjera.
Estos dos eventos inyectan incertidumbre a la recuperación Latinoamericana en el que el Fondo Monetario Internacional señaló, hace algunas semanas, que Latinoamérica podría enfrentarse a otra década perdida, en caso de que las condiciones financieras se deterioren, donde el único camino sería una ayuda más profunda para la región.