Si les pregunto cuántas librerías conocen, seguramente no mencionarían más de cuatro o cinco, suponiendo que vivan en la capital. Es más, el concepto mismo de librerías en nuestro país se relaciona casi de forma única con aquellos establecimientos que venden papelería e instrumentos de oficina, no con los que venden libros. Hagan la prueba. Pregúntenle a alguien que no suele leer cuántas conoce. Seguramente dirá el nombre de algún local que acumula silabarios y otras antigüedades.
Pero eso no es todo. Aunque tenemos algunas tiendas de libros (es decir, librerías), los que encontramos en ellas muchas veces son de muy mala calidad, con páginas que se amarillean en un par de días, con traducciones de dudosa reputación, con pésimos encuadernados que comienzan a deteriorarse tras las primeras lecturas. En las vitrinas siempre están los mismos libros, los mismos autores. No hay variedad ni actualidad. Los asesores de las librerías nacionales, si es que existen, andan perdidos.
Ante el hambre por nuevos y diferentes libros en formato físico, el único camino disponible nos lleva a seguir alimentando a aquellas tiendas que cobran casi el doble por importar un producto o a las gigantescas cadenas que venden por internet. Pero comprar en línea tiene desventajas. Además de tener que acostumbrarse a largas esperas, existe el riesgo de que el libro que llegue a nuestras manos no sea el correcto, tenga defectos o simplemente se pierda en el camino. Todo porque nuestro país nunca ha encontrado la forma de facilitarnos material cultural de calidad.
En cualquier caso, no todo mundo tiene acceso a internet, y esto me lleva a preguntar cuál es el máximo referente cultural impreso de nuestro país. Fácil: no existe. No hay un medio reservado para que escriban los mejores, para que nos recomienden las lecturas más actuales, sean nacionales o internacionales. No tenemos ni un solo material impreso semanal que sea destacable en cuanto a cultura. Esto da para pensar en qué clase de contenido han invertido e invierten los medios de comunicación.
Los personajes más famosos del país ni siquiera recomiendan lecturas que les han gustado. Es inevitable preguntarse qué leen las figuras más destacadas o los dirigentes políticos. Nunca se ha visto a un diputado o a un ministro que recomiende un ensayo, una biografía o una novela. Hay que ser honestos: este tema solo sale a la luz cuando las elecciones están cerca.
Los editores de las secciones culturales de todos los medios nacionales, digitales o impresos, deberían poner a sus redactores a explorar todos los semanarios culturales internacionales y a leer al menos un libro al mes.
Esto no solo servirá para mejorar la calidad de sus productos, sino también para sugerir textos que nutran a la población, porque El Salvador necesita mejores escritores y, sobre todo, mejores lectores.
El país debe comenzar a invertir en librerías y en más libros. Quienes quieren invertir en un negocio pueden poner una librería. Ya tenemos suficientes salones de belleza, bares o gimnasios. Llenémonos de librerías. Quizá no solucionen los problemas más urgentes, pero a largo plazo contribuirán a hacerlo, mostrándonos otras realidades y prioridades y dándonos ideas nuevas sobre cómo afrontar el presente y el futuro. No nos harán perfectos, pero al menos nos ayudarán a ser más exigentes y a ver el mundo con otros ojos.