«Nunca me eché para atrás, admito que sentí bastante temor, era algo desconocido, pero me preparé y le hice frente a lo que viniera, es nuestra función», dijo con orgullo la salvadoreña radicada en Estepona, provincia de Málaga, España, Sonia Soto Valdez, de 56 años. La médico se ha enfrentado a la pandemia por la COVID-19 desde el centro de salud de atención primaria La Lobilla.
Las jornadas laborales de 8 de la mañana a 8 de la noche, que por lo general son las que realiza en España, se han intensificado con la segunda ola de contagios que ha dejado más de 1,1 millones casos acumulados y 35,298 muertes. Con una primera ola a la que por lo menos en Estepona había sido controlada.
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Para la doctora, Europa se enfrenta nuevamente a este enemigo de la salud como consecuencia de una población que bajó la guardia porque olvidó que el mortal virus aún no tiene cura. La llegada del verano, que abarca de julio a septiembre, significó para los españoles y la población en general vacaciones, lo que hizo que retomaran las actividades sociales y económicas con una normalidad que ya no existe, según la galena; después de un confinamiento total de marzo a mediados de junio.
«La gente dijo verano, y ahí todo era playa, como decimos los salvadoreños, muchos volvieron a los hábitos normales sin tener en cuenta que de normalidad hay muy poca; teníamos que seguir guardando la distancia y el uso de mascarilla. Todas las medidas», señaló.

Las salidas a las playas, los festejos en la noche, las celebraciones en casa y otra serie de actividades recreativas han dado fuerza al coronavirus en España, ahora el Gobierno discute una serie de medidas para frenar los contagios y salvar vidas con un toque de queda y el estado de alarma, que no permite el ocio nocturno ni la movilidad entre provincias desde el 25 de octubre.
«Nunca es tarde para aplicar estas medidas. Entiendo que se afectan las fuentes de trabajo y la hostelería, pero al punto que ha llegado en el país, considero que son restricciones muy buenas que esperamos que den resultado. Al haber toque de queda lo que se pretende es que las personas obligadamente se queden en casa», insistió.
Soto ha perdido la cuenta de las decenas de pacientes españoles y latinoamericanos que ha atendido por sospecha y confirmación por la COVID-19, las cuales ha remitido a los hospitales desde el primer brote en marzo.
«Fui una de las primeras entre mis colegas en usar la mascarilla. Nadie pensó que el virus llegaría a España»
recordó Soto, la única salvadoreña en el centro de salud.
Las salas las comparte con médicos españoles y todos hacen lo mejor posible para atender a sus pacientes. Hasta la fecha ninguno de sus compañeros ni tampoco sus pacientes han muerto por esta enfermedad.
Durante esta emergencia el caso que más le ha impactado es el de una mujer de 68 años, que llegó con distrés respiratorio al centro de salud, «y al no mejorar con nebulizaciones, la mandé en ambulancia al hospital», luego de unos días, «me llegó a buscar para darme las gracias, porque le dijeron que oportunamente fue enviada, si se tardaba más hubiera necesitado estar en la unidad de cuidados intensivos», comentó.
Su misión por salvar vidas y aplicar las medidas para proteger a su propia familia la mantienen activa: utilizar el equipo médico de protección, guantes, mascarillas, ducharse al llegar y quitarse los zapatos afuera de su vivienda, que aunque parezca repetitivo, son las únicas que la resguardan y a los que más ama en su hogar, pues después de seis pruebas, la salvadoreña «agradecida con Dios» ha dado negativo a todas.
Soto reside en España desde hace nueve años y espera que los salvadoreños acaten las medidas porque no desearía ver una segunda ola en su país natal como la que está viviendo en el extranjero.
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