Se suele pensar que las metáforas son procedimientos de embellecimiento retórico, una suerte de don o recurso propio de quienes han desarrollado una imaginería poética de nivel casi shakespeariano. Sin embargo, la metáfora impregna nuestro quehacer diario y la forma en la que pensamos el mundo, al menos así lo declaran George Lakoff y Mark Johnson, lingüista y filósofo, respectivamente, en «Metáforas de la vida cotidiana». En dicha obra, los autores develan cómo las metáforas constituyen parte esencial de nuestro lenguaje habitual y afectan la manera en la cual las personas percibimos las cosas, pensamos sobre ellas y, por supuesto, el modo en el que actuamos.
Disciplinas como la ciencia y la medicina se caracterizan por tener un lenguaje particularmente complejo. Por ello, cuando se debe comunicar a la población general sobre avances, resguardos y medidas, en muchas oportunidades, se recurre a las metáforas. El diagnóstico y tratamiento de un cáncer es un ejemplo de esta situación. A los pacientes se les pide que «luchen», se les indica que están en una «guerra» en la que los tratamientos deben destruir a las células «enemigas» que «invaden» su cuerpo, y a quienes afortunadamente han superado dicho proceso se les reconoce como «supervivientes».
El que una actividad o experiencia se estructure en términos de otra más cercana provee de mayores posibilidades de entendimiento, por ello se utiliza la metáfora bélica, por ejemplo, al describir y explicar todo lo relacionado con el coronavirus y la pandemia. Sin embargo, por más efectivo que pueda resultar su uso en términos de simplicidad, es posible que no sea la estrategia de comunicación de riesgo adecuada. Al respecto, un grupo de investigadores señala en el artículo «Metáforas de guerra en el discurso público» (2018) que el significado y las consecuencias que tiene el empleo de este tipo de recursos está íntimamente ligado al contexto en el que se utilizan, lo que puede tener resultados positivos o negativos en la población, de acuerdo con el tipo de situación en la que son dispuestas.
Fuerza, valentía y confianza son tres conceptos cuya demostración en una guerra hacen merecedores de elogios a los individuos, pero que conviene revisar a la luz de lo expuesto previamente. Fuerza: el requerimiento médico de quedarse en casa, usar mascarillas y cambiar las rutinas sociales se construye sobre el paradigma de los débiles o sometidos. De hecho, la comunicación de decesos a causa de la COVID-19 ha estado centrada en resaltar que en su mayoría corresponde a personas de edad avanzada y con enfermedades de base. Valentía: las guerras las ganan los que no se rinden y luchan hasta el final. Sin ir más lejos, el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, dijo hace unos días que es necesario enfrentar la pandemia «con coraje» y que Brasil debe dejar de ser «un país de maricones». Confianza: las guerras inventadas o político-económicamente interesadas son telón de fondo para el descrédito actual que se tiene sobre la existencia del coronavirus. A su vez, la falta de confianza en las autoridades políticas ha derivado en que cada vez sean más las personas que adoptan conductas de riesgo y autotratamiento.
Las metáforas que día a día utilizamos para referirnos a las cosas y para comprender nuestro mundo importan. Si la metáfora bélica no es la más adecuada para referirnos a la pandemia, ¿cuál habrías usado tú?