México resulta tan diverso, pues hay subregiones que lo delimitan no solo geográficamente, sino también étnica, social y culturalmente. Mérida, como mencioné en mi columna anterior, es un gran ejemplo de ello. La ciudad blanca resulta un microcosmos de lo que es México en múltiples aspectos: un país dividido.
Al igual que Yucatán, el sureste de México siempre me ha parecido apasionante. Quizá uno de los estados que más destaca a escala internacional por su gastronomía, sus paisajes, su variedad lingüística y su presencia artística es Oaxaca. No obstante, el sureste, desde mi punto de vista, se extiende a Chiapas, Guerrero y parte de Veracruz. Probablemente, algunos dirán que esos estados no pertenecen a una sola región, pues cada uno se particulariza por aspectos culturales y étnicos bien delimitados. Sin embargo, yo creo que hay algunas manifestaciones sociales, políticas y culturales que los unen. Una de ellas puede observarse en el reciente documental de Janet Jarman, «Birth Wars» (https://www.filminlatino.mx/pelicula/birth-wars).
En este metraje, se contrasta el trabajo de las parteras tradicionales, el de las parteras profesionales y el de los médicos obstetras. En tan solo 73 minutos, se muestra que en la región sureste muchas mujeres prefieren parir con ayuda de las parteras de sus comunidades, puesto que en los hospitales los alumbramientos se vuelven actos médicos violentos. En el filme de Jarman, se observa, por ejemplo, el trato despectivo tanto hacia las madres primerizas como a las que han decido tener una familia numerosa. Ese trato, de alguna manera, también está marcado por la discriminación étnica y educativa, pues pareciera que se perpetúa la idea de que las mujeres indígenas, afromexicanas o de comunidades rurales, por su color de piel, su origen económico y su educación no paradigmática, no pueden tener hijos. (Esta situación se reproduce también en los hospitales de las zonas marginadas de otras ciudades o regiones del país y del mundo).
En consecuencia, en el sureste mexicano, se ha luchado por mantener viva, dentro de un marco legal, la actividad de las parteras, puesto que los alumbramientos resultan de una gran calidad humana: en casa, con ayuda del esposo o de la familia, sin necesidad de cirugías y al ritmo de la madre y del bebé. Así, en la actualidad, se ha procurado profesionalizar dicha labor mediante centros de salud comunitarios, escuelas y encuentros nacionales e internacionales sobre partería, principalmente en los estados ya mencionados. A pesar de ello, todavía queda mucho por hacer, ya que no se cuenta con apoyo total por parte de políticos y médicos, debido a que reproducen la oposición ideológica «civilización vs. Barbarie» presente al hablar de centro-sur y de ciencia-tradiciones.
De este modo, aunque nos cueste admitirlo, los mexicanos padecemos un centralismo que demerita otras regiones porque las creemos cristalizadas en sus tradiciones y costumbres. No obstante, me consta que superan el deber ser a través del hacer, pues comprenden a sus integrantes como personas con derechos desde el parto humanizado (y la legalización del aborto). En la sureste falta mucho por hacer, pero mientras México no solo tiene mucho que aprender; sino también tiene, para con esa región, una gran deuda de reconocimiento y respeto que trascienda el folclor y la infantilización de las comunidades indígenas.