Los seres humanos por naturaleza somos disconformes. Anhelamos lo que no tenemos y obviamos lo que está en nuestras manos. Inventamos vidas ajenas y nos resistimos a vivir la nuestra. Lo he visto y también lo he vivido, con muchas y obvias razones.
Nunca podré saber qué otra vida hubiera vivido. Sin embargo, regreso con frecuencia a la idea que sigue presente y se niega al abandono. ¿Quién sería yo si el cáncer no hubiera habitado en mí? ¿Qué tipo de persona sería? ¿Qué ejemplo de padre? ¿Creería en los milagros? Esa verdad simplemente no la podré conocer. Solo Dios sabe cuál habría sido mi destino, y eso me tranquiliza; pero mi paz interior se viene abajo cuando pienso en que la enfermedad pudo desaparecer con un tratamiento eficaz en su primera manifestación, cuando solo era un muchacho con sus sueños. Sin ser mal intencionado, comienzo a luchar en la búsqueda de los responsables.
No ha faltado alguien del mismo gremio médico que me empuje hacia la duda con sus comentarios, y a la vez hacia la sospecha de negligencia, a buscar y encontrar culpables; a sentirme como un conejillo de Indias, como un ratón de laboratorio.
La cirugía que practicó el doctor Rodman López, y que él llamó de rescate (debido a la naturaleza de esta), resulta ahora complicada y disfuncional con el proceso de reconstrucción en mi rostro. Según los cirujanos encargados del proceso que abandoné hace años por falta de garantías, mi cara ha sufrido muchas laceraciones que tornan complicadas las futuras intervenciones y el tratamiento a seguir.
Llevo más de cinco años sin visitar un quirófano y no es por falta de voluntad o deseos de recuperar parte de lo perdido, pero abandoné la idea cuando se me pintó como única opción desprenderme de lo conquistado —la posibilidad de hablar y comer— por un procedimiento que no garantizaba éxito y que a cambio me arriesgaba a perder.
Es en festividades como la Semana Mayor, en días de playa sin playa, de fútbol sin fútbol y sin la esperanza de un futuro mejor, de un futuro sin esparadrapos, que brotan con mayor frecuencia mis interrogantes. ¿Quién habría sido yo sin cáncer? ¿Realmente sufrí cáncer? Ni siquiera las últimas biopsias revelaron un diagnóstico uniforme.
Los resultados han variado a lo largo del tiempo, a lo largo de mi historia. En las más recientes, uno afirmó que se trataba de un fibrosarcoma de bajo grado, otro de medio y uno de alto grado. Gradas de la medicina que parecieran sin importancia, pero que tienen diferentes tratamientos.
El primer médico que me atendió cuando yo era solo un niño residente en Santa Tecla, el doctor Párker, aseguró que era un simple quiste sebáceo, y como tal me lo trató con inyecciones. La primera vez que el bisturí tocó mi rostro, allá por 1998, en el Hospital Nacional Rosales, el diagnóstico advertía una fibromatosis agresiva benigna. Iguales resultados dictaminaron las primeras intervenciones que me practicaron en el Seguro Social.
Debo explicar que en las primeras operaciones que me hicieron nunca retiraron por completo la enfermedad. Los médicos que me intervinieron solo retiraban el tumor con mayor protuberancia, pero la semilla siempre quedaba para volver a germinar. ¿Les faltó profesionalismo y ver con mayor seriedad de salud? Fue hasta enero de 2009 que se me practicó la primera operación radical, fue también la primera vez que me sentí mutilado.
En esa ocasión, el doctor José Soto Pineda no subestimó más el racimo de pelotitas que había crecido en mi mejilla. Auxiliado por otros doctores, me dejó el labio superior a la mitad y me quitó la mayor parte de la mejilla, al tiempo que hizo el primer injerto en mi cara, con piel de una de mis piernas. En esa ocasión el resultado de la biopsia reveló que se trataba de un fibrohistiocitoma benigno.
Con esa operación se suponía que la enfermedad había desaparecido; sin embargo, retornó un año más tarde, y esta vez llegó con nueva viñeta: fibrosarcoma; en palabras sencillas, cáncer.
Ese diagnóstico igual resulta poco creíble para otros galenos. Recuerdo que en 2012, un maxilofacial me dijo que nadie vive por 28 años, para aquel entonces, con una la enfermedad así. «Si eso fuera, vos ya deberías estar del otro lado», dijo al ver las biopsias.
No sé si el verdadero diagnóstico es ese, pero sí sé que debo cumplir un propósito. No voy a demandar a nadie por mala praxis, nunca ha pasado por mi mente esa idea, y tampoco el corazón me lo permite; es más, estoy convencido de que eso que alguna vez vi como maldición se volvió una bendición para mí y para muchos otros. Lo que no puedo evitar, a veces, es caer en la desesperanza al ver que el tiempo se me esfuma y se me va la juventud entre esparadrapos.