«Por cualquier cosa que pase, ahí te mando mi obra y puedes publicar si me toca partir de este planeta», fueron las palabras que José Elías Santos, un pintor al que nunca conocí en persona, me escribió el 6 de octubre del año pasado. Su mensaje y saber luego, por su hija, que había muerto me hicieron pensar en un homenaje escrito a su memoria, el que ahora comparto.
Según un documento que me hizo llegar José, fue en 1975, con apenas 16 años, cuando inició en el mundo del dibujo y la pintura, apoyado por el pintor y escultor Ríos Blanco. Cinco años más tarde (en 1980) el maestro Roberto Mejía Ruíz también compartió con él sus conocimientos en arte.

Con ese pequeño bagaje, entró a la Academia de Artes Visuales donde aprendió del maestro Miguel Ángel Orellana, y años después se convirtió en alumno del maestro Mario Salvador Sánchez, con quien mejoró sus trazos, técnica y estilo.
Así como José aprendió de grandes mentores, este salvadoreño decidió compartir su conocimiento a todo aquel que amara la pintura y el dibujo. Fue así como creó la Escuela de Artes Plásticas «Pintando mis sueños», donde ofrecía talleres a niños, jóvenes y adultos, a quienes enseñaba técnicas de lápiz, acuarela, óleo, espátula, yeso pastel, acrílico y técnicas mixtas.
«El arte es un medio de expresión. El surrealismo es la temática que me permite encontrarme a mí mismo, allí están mis sueños, mis temores, mis emociones. Allí es donde surge la parte creativa y ese es el reto de todo pintor, porque hacer un retrato, un paisaje, un desnudo, es un poco más fácil; pero encontrarse con uno mismo es el reto con mis alumnos, que se descubran ellos mismos a través de la creatividad», explicaba durante una entrevista que se le realizó en 2020, cuando expuso su obra en la Senda de las Artes de la Asamblea Legislativa.
Su escuela estaba ubicada en el Centro Histórico de San Salvador, en uno de los viejos edificios emblemáticos cercanos al Teatro Nacional. El lugar funciona como un restaurante, pero las tardes de los sábados se convertía en un salón de artes donde recibía a sus estudiantes.
«Tengo alrededor de 12 alumnos y algunas veces 15. Tendremos la exposición de sus trabajos a finales de noviembre y desde ya están invitados. Puedes entrevistarlos y agregar alguna anécdota de ellos, que si te contara pudieras hacer un cortometraje de todo lo vivido con mis alumnos. Es una lucha con muchas espinas, pero nada me ha detenido para tocar la luna con mi sueño de arte y bondad», me escribió José Elías, siempre en octubre pasado.
Durante el confinamiento, el artista logró crear varios cuadros con diferentes corrientes pictóricas, entre ellos destacaba «El rabino», un óleo pintado en mayo y que describió como «místico», ya que marcó su vida: «[es] algo especial y sobrenatural», comentó.
Era justamente su producción en cuarentena lo que hizo que coincidiéramos en la vida. Yo le haría un reportaje sobre su nueva obra; sin embargo, el 6 de octubre el propio artista alertó que algo pasaba.
«Buenos días señorita Nubia, suspenderemos el reportaje porque he estado mal de salud, ayer me hice la prueba y salí positivo (de la COVID-19). Dentro de 15 días es posible que vuelva a mis actividades si no empeora mi salud. Gracias porque intentamos varias veces, pero no se pudo (por diversas razones). Yo estaré orando por ti, por René (fotoperiodista) y por mi salud. Cuídate mucho, no te confíes», dijo.
Al día siguiente se comunicó con noticias alentadoras: «Ya estoy mejor niña, le pregunté a mi doctor cuando podemos hacer esto (el reportaje), me dijo que para viernes 15. Tú me dices si aún está abierta la invitación. Dios cuida del dador alegre, y esa es mi filosofía, dar como la madre Teresa de Calcuta. Aquí estoy en reposo como todo buen guerrero, no salgo por ser responsable con el prójimo», indicaba.
Acepté verlo en la fecha propuesta y quedamos de confirmar la cita: «jueves te escribo y si no puedes, no te preocupes, lo hacemos más adelante», me dijo. «Estamos en contacto», le contesté.
El 10 de octubre, José Elías envió la imagen de una rosa y un mensaje de buenos días: «Dios bendiga tu nuevo amanecer y te regale salud, bienestar y todo lo que necesitas en tu vida». Después de esto, ya no hubo nada.
El día de la entrevista llegó y pasó sin novedad. Pensé que talvez más adelante coincidiríamos.
A inicios de noviembre le escribí preguntando cómo estaba y si podríamos retomar lo pendiente. Durante todo el día no hubo respuesta, pero a las 9:20 de la noche recibí una noticia inesperada y triste.
«Buenas noches, soy Karolina la hija de José Elías. Mi padre está ya con el Señor», decía el mensaje enviado desde el celular del «pintor de sueños».
Correspondí con un automático «gracias», y me quedé pensando en cómo es la vida, las veces que intenté hacer la entrevista a José y cómo, por una u otra razón, se suspendió.
Por sus mensajes, llenos de mucha emoción, deduzco que José Elías irradiaba alegría, era muy amigable y agradecía a la vida todos los días. Enfermo, incluso, me deseó buenos días y hasta me envió la imagen de una rosa. Estoy muy agradecida, José.

Y como tributo a su memoria, he narrado esta breve y virtual historia que nos unió. Hasta siempre «pintor de sueños».