Al atravesar el río Turquesa, el migrante venezolano Marcel Maldonado rompió en lágrimas tras cruzar caminando con una pierna ortopédica la inhóspita selva del Darién, en la frontera entre Colombia y Panamá.
En una ribera del río se encuentra Bajo Chiquito, la primera aldea panameña a la que llegan cada día en cantidades récord cerca de 3,000 migrantes en busca del sueño americano, en su mayoría venezolanos, muchos acompañados de niños.
El calor es sofocante en este poblado de 490 habitantes repleto de migrantes que después de una dura caminata por la selva durante tres, cinco o más días consiguen por fin comida caliente y un lugar seguro para dormir, aunque a la intemperie. Es que aparte de los obstáculos naturales de la selva, como ríos y acantilados, operan bandas criminales que roban, secuestran y violan.
Maldonado perdió su pierna derecha en un accidente de motocicleta hace una década, pero su discapacidad no lo desanimó para marcharse hacia Estados Unidos en busca de una vida mejor.
«Lo único que deseo es que por lo menos los últimos años de vejez de mi papá y de mi mamá aunque sea darles una buena vida con alimentos, que es lo que más sueño. Por eso estoy aquí en esta lucha, si no, no estuviera aquí, [porque] esta vaina es demasiado fea», dijo el venezolano de 30 años a la AFP.
Por otra parte, la frontera natural del Darién, de 266 kilómetros de largo y 575,000 hectáreas de superficie, se convirtió en corredor obligatorio para miles de migrantes que, desde Sudamérica, tratan de llegar sin visa a Estados Unidos a través de Centroamérica y México.