El pueblo, que es muy sabio, decidió otorgar al oficialismo la mayoría de los diputados en la Asamblea Legislativa y dejar a la oposición una mínima cantidad. Lo que optó por dejar a estos es un número tan pequeño que no tiene incidencia; sin embargo, es suficiente para servir de ejemplo de lo que les espera a los que, al gobernar o legislar, obran mal y se olvidan de quienes depositaron en ellos su confianza.
No hay duda de que esos pocos diputados tienen entre sus manos una difícil tarea, pues son los únicos representantes y defensores de sistemas de gobierno caducos y de partidos políticos corruptos que la gente detesta y que ya desechó en las urnas.
Es una pírrica representación a la cual este período legislativo le ha parecido más largo de lo normal, casi como una eternidad. Porque no ha de ser fácil estar en esa incómoda situación sintiéndose tan irrelevantes, relegados en una esquina, abucheados en cada plenaria, acusados de corrupción e ignorados hasta por quienes los eligieron.
Era de esperar incluso que muchos de ellos no soportaran la presión que acabó por venírseles encima. Por eso últimamente hemos visto, además de los constantes berrinches, muchas renuncias y hasta el abandono de curules.
Otros espejos en los que también hay que mirarse son aquellos que por no enfrentar la justicia debido sus actos han optado por huir del país y están escondidos en diversas partes del mundo. Para no ser procesados, prefieren renunciar a la libertad y la tranquilidad que significa vivir en su propio terruño.
Al ver a esos diputados que sufren tanta vergüenza y a otros exfuncionarios presos o huyendo de la justicia, se me viene a la mente la frase «el crimen no paga», que se refiere a que los beneficios por cometer esos odiosos actos no compensan las consecuencias que luego se terminan pagando.
Al parecer, servir de ejemplo de cómo no se deben hacer las cosas y de cómo se puede perder la solvencia moral para criticar las acciones de los demás será lo único útil que esos diputados aportarán durante estos tres años, porque, aunque a veces son escuchados, que voten o no, no tiene mayor importancia.
Tampoco es raro que estos acusen al Gobierno de su complicada situación, e incluso a la misma población por haberle dado la espalda, pero la verdad es que simplemente cosechan lo que sembraron durante 30 años, período que creyeron que nunca terminaría y en el que cometieron incontables actos de corrupción y otros delitos que de forma constante les son señalados.
Lo más triste de todo es que esos ejemplos tan palpables no bastaron para que un par de diputados pertenecientes a la fracción mayoritaria evitaran caer en la tentación y la avaricia, debilidades humanas que hoy tienen a la oposición en tan difícil situación. Es muy probable que esos dos se sumen pronto al resto de espejos en los que hay que mirarse para no incurrir en los mismos errores.
En esta vida, dependiendo de nuestras acciones, podemos influenciar positivamente a los demás; pero si nuestra forma de actuar no es la mejor, del mismo modo podemos convertirnos en un ejemplo para no seguirlo. Todo depende de nosotros.