En el contexto del cambio climático existen dos conceptos básicos que comúnmente se mencionan: mitigación y adaptación. De acuerdo con la NASA, la mitigación es «la reducción del flujo de gases de efecto de invernadero hacia la atmósfera, ya sea reduciendo las emisiones de estos gases provenientes de distintas fuentes, o incrementando los sumideros de carbono, que capturan y almacenan aquellas emisiones». Los principales sumideros de carbono son los océanos, los suelos y los bosques, siendo los dos últimos donde mayor incidencia podemos tener las personas promoviendo la captura de carbono. La mitigación es, sin duda, una necesidad para enfrentar el cambio climático; sin embargo, si la humanidad deja de emitir gases de efecto de invernadero hoy, la temperatura del planeta continuará aumentando aún por muchas décadas. Ese aumento de temperatura, aun ante un escenario sin emisiones netas, se deberá, por un lado, a que los océanos, que almacenan la mayoría de energía térmica de la tierra, continuarán movilizando ese exceso de calor hacia la superficie por décadas; por otro lado, la temperatura seguirá en aumento porque los gases de efecto de invernadero, especialmente el CO2, tardan al menos 100 años en desaparecer de la atmósfera. En términos prácticos, esto quiere decir que, si se cumple la meta del acuerdo de París de lograr emisiones netas cero para 2050, la temperatura del planeta no se reducirá en un espacio de tiempo en que la mayoría de los lectores estemos aún con vida.
Por tal motivo, es esencial hablar de promover la adaptación al cambio climático. La adaptación consiste en «ajustar nuestro comportamiento y nuestras prácticas a los efectos actuales y futuros del cambio climático, reduciendo el riesgo a sus posibles efectos negativos (ejemplo: sequías, tormentas, olas de calor), y también aprovechando sus efectos potencialmente benéficos». La adaptación al cambio climático es lo que permitirá que las generaciones actuales, al corto y mediano plazo, podamos lidiar mejor con sus efectos, principalmente el aumento de temperatura y los cambios en los patrones de lluvia.
La adaptación al cambio climático permitirá que los agricultores puedan producir alimentos y mantener su medio de subsistencia; la adaptación permitirá que, a través de innovación, los hogares y edificios sean diseñados y renovados de modo que podamos mantener una temperatura agradable en nuestras casas y oficinas sin necesidad de recurrir al aire acondicionado; la adaptación permitirá que podamos gozar de los beneficios de las tecnologías y el desarrollo, sin sacrificar el bienestar que el progreso económico nos ofrece.
El bienestar de las personas que estamos actualmente en el planeta debe ser una prioridad, y significativamente menos esfuerzos se hacen en adaptación comparado con mitigación. Según el último reporte de las Naciones Unidas sobre la inversión internacional en mitigación y adaptación, el 94 % de los proyectos relacionados con cambio climático se dedican a mitigación. La adaptación, claramente, no ha sido la prioridad en la discusión sobre el cambio climático, lo cual pone en riesgo el progreso de sociedades actuales, principalmente en países en desarrollo como el nuestro.
Lo anterior no quiere decir que no deba haber esfuerzos conscientes para reducir las emisiones actuales y capturar la mayor cantidad de carbono posible en nuestros bosques, suelos y océanos, pues el bienestar de las generaciones futuras también es nuestra responsabilidad. Sin embargo, la inversión en mitigación no debe concentrarse en medidas que golpeen la economía macro y micro. No podemos pedir a las personas que dejen de usar un auto, consumir alimentos de su preferencia en un restaurante, dejar de usar su refrigeradora o, incluso, hacer el viaje de sus sueños. En palabras de Bjorn Lomborg, director del Copenhagen Consensus Center: «No podemos solucionar el cambio climático pidiendo a las personas que se mantengan pobres».