Para continuar hablando sobre identidad nacional es necesario hablar desde una perspectiva antropológica acerca de la función del relato mitológico y del pensamiento totémico como andamiaje de nuestro autoconcepto de identidad colectiva; y lo relacionemos con el sentido de nuestra narrativa histórica. Me apoyaré para algunas definiciones en las síntesis de las conferencias magistrales del doctor Juan Miguel Zunzunegui.
Haciendo un brevísimo recorrido, cuando la sociedad humana comenzó a organizarse en sus etapas primarias, grupo de cazadores-recolectores, se infiere que las jerarquías son claras, ya que se identifica con facilidad a los individuos y su función dentro del grupo; es obvio quiénes somos «nosotros». Cuando nos volvemos sedentarios, los grupos crecen por cientos, miles y decenas de miles de individuos. Es imposible que se conozcan todos y que identifiquen de manera directa un liderazgo centralizado.
¿Cómo hacer entonces que un grupo humano numeroso que habita un área extensa reconozca la misma autoridad y tenga un propósito colectivo coherente y que, además, crea en los mismos valores y tenga sentido de identidad y pertenencia al grupo? A través del mito común que dote de significado a los símbolos que representen al grupo. El mito y el tótem.
Toda religión es una mitología, toda ideología política es una mitología, toda historia nacional es una mitología, todo discurso de identidad nacional es una mitología. Con esas mitologías creas arquetipos para enseñar quién es el bueno y quién es el malo, quiénes somos y quién es la otredad.
Por la misma razón, los Estados y los partidos políticos también crean sus propias mitologías en cuanto a que crean relatos que definen, explican, enseñan y justifican sus ideas, sus valores y sus principios que los identifican. Crean el mito de héroes propios que suponen encarnar los valores del colectivo; se crean las leyendas que los enaltecen y enaltecen los valores del grupo, escriben sus textos sagrados, sean estos estatutos de partido o constituciones nacionales; se fabrica una narrativa que permita divulgar y justificar el mito común, su ideología.
Es decir, la sociedad se sostiene en órdenes ficticias que son políticas, religiosas, jerárquicas, etcétera, y estas se sostienen en mitos, mitos que se construyen desde el poder.
En esa línea de ideas, la escritura es la primera gran herramienta de poder, ya que se trata de la encriptación del conocimiento, de la representación gráfica del pensamiento humano a través de un sistema de escritura, un código, que representa el lenguaje mediante símbolos. Ahora perdemos de vista esto porque la gran mayoría sabe leer y algunos en más de un idioma; pero, si no tienes este conocimiento, el lenguaje escrito es un sistema críptico.
Los primeros usos conocidos del lenguaje escrito son legales y religiosos. Ergo, herramienta de poder. La escritura permite difundir el conocimiento, pero también permite controlarlo. De ahí que todo sistema de comunicación sea una herramienta de control y poder.
En consonancia, es importante entender que la historia (relato y sentido histórico) es también una herramienta de poder; porque con la manipulación de la historia se manipula la mente del colectivo.
Entonces, ¿qué es el mito? Es el conjunto de relatos simbólicos que representan y transmiten ideas, identidad, ideologías y valores.
¿Y qué es el tótem? Es el símbolo mediante el cual un grupo de individuos se siente parte del mismo colectivo, parte de la misma sociedad. Es cualquier símbolo bajo el que te sientes cohesionado, identificado y protegido, o sea, un símbolo que te da sentido de protección e identidad.
El disco del jaguar es un tótem, una cruz es un tótem, los símbolos patrios son un tótem. Es bastante obvio, por ejemplo, que cuando se le rinden honores a la bandera no se le está rindiendo honores a un trozo de tela de colores, sino a lo que representa: nuestro país. Es decir, el tótem es un símbolo dotado de significado por una comunidad humana.
Cuando nació nuestra república, había que establecer una mitología nacional. Se construyó el relato de héroes de la independencia y de la soberanía en los próceres, obviando que al principio discutieron sobre si anexarse al efímero imperio mexicano de Iturbide o a la naciente Unión de Estados Norteamericanos. Se escogieron de manera natural los valores de clases heredados de las jerarquías coloniales, distingos raciales, económicos y papeles sociales tan rígidos que dificultaban o impedían la movilidad social. Se establecieron y enaltecieron valores utilitarios como «el trabajo duro». Se construyó una estética que romantizaba la república agrícola de latifundios. Se inculcó la tolerancia a la explotación representada como abnegación al trabajo. Los privilegiados y los desposeídos se ubicaron en las antípodas de un mito social neocolonial.
Posteriormente, la dinámica social y las necesidades políticas de algunos grupos crearon, por un lado, la mitología del ofendido, es decir, la instrumentalización de las condiciones de desigualdad; y por otro, el enaltecimiento de un nacionalismo deformado dispuesto a cualquier cosa para «defender» la república; en ambos casos, para justificar la violencia y a la postre una guerra fratricida.
En el caso de los primeros, el discurso se acompañó de una estética que procura ser reivindicativa de minorías étnicas por medio de algunos movimientos artísticos, y también de ruptura por medio de otros que se contrapusieron a los discursos costumbristas conservadores existentes. Y, en esa dinámica, un personaje como Roque Dalton propuso un mito de identidad nuevo en su «Poema de amor», por ejemplo.
Para los segundos, las expresiones estéticas siempre fueron conservadoras, costumbristas, neocoloniales, en fin, cuentos de barro. Sin embargo, buscaban que el mito nacional, aún siendo conservador, se renovara y devolviera la dignidad a los individuos; quizás propuestas un poco ingenuas, como en «El minimun vital», de Masferrer, pero también de gran calado académico y erudición, lo que les da un enorme valor, pero que las vuelve elitistas en cierta medida.
En ambos casos, los intentos de redefinición de identidad se alimentan de nuestra historia, de su interpretación y se expresan en un mito que refleja a pesar de los matices de cada uno, la necesidad de unidad de nuestro país, entonces dotar de significados coherentes a este mito común a nuestros símbolos es posible y sobre todo necesario.