A mí una vieja me dijo
te tienen velas prendidas,
unos las sacan de noche,
otros la prenden de día.
Apágame la vela, María,
pero que apágame la vela, María.
Si yo no me aprendía tres pasos seguidos y no sabía darle la vuelta a mi madre en dos movimientos al son de Los Melódicos y Víctor Piñero estaba en serios problemas. Especialmente si se trataba de la fiesta navideña y fin de año. Así empecé mi titánica tarea de aprender a bailar para estar listo en Navidad.
La Chele Ana y mi tía Gloria son dos mujeres que junto a mi madre paraban las pistas donde quiera que bailaran. Empezaron juntas en los sesenta en la Unión de Obreros, CECSA y el inalcanzable Casino Santaneco, lugar que era algo así como el Palladium de NY, valga la comparación.
Durante el día, mi madre trabajaba de cocinera en esos lugares, pero el fin de semana todas ellas se transformaban totalmente y no eran cualquier asistente más a los bailes: eran las mujeres que le ponían el punto a las íes de las fiestas. Tiempo después cambiaron esas pistas y se fueron de mojadas a Los Ángeles.
Los 100 años de Macondo sueñan, sueñan en el aire;
en los tiempos de Gabriel, trompeta, trompetas lo anuncian;
encadenado a Macondo sueña don José Arcadio,
y ante él la vida pasa siendo remolinos de recuerdos.
Las tristezas de Aureliano, el cuatro;
la belleza de Remedios, violines;
las pasiones de Amaranta, guitarra;
el embrujo de Melquiades, trombones;
Úrsula 100 años,
Soledad, Macondo.
Del Casino Santaneco se fueron a bailar al Convention Center de Los Ángeles cuando llegaban los Hermanos Flores, pero donde sí sacaban chispas era en los apartamentos que alquilaban, ya sea en la Arapahoe, Normandie, Berendo, New Hampshire, Magnolia, Catalina, Coronado o Hoover, todos en el Mid Wilshire, hoy Corredor Salvadoreño.
Yo apenas movía la cadera y era medio torpe para seguirlas de forma sincronizada, pero ellas se encargaban de enseñarme los trucos para que a la hora de los «quihubos» no hiciera el ridículo. Me usaban para sacarlas a bailar la primera pista y romper el hielo, luego me la pasaba yo solo sentado toda la noche observando el compás de pies entrelazados en un movimiento acorde con el ritmo del bajo.
Si bailas de aquí pa ya,
si bailas de allá pa acá,
enseguida tú verás
pasito tun tun
pasito tun tun
Mis tías y mi madre eran mujeres elegantes, coquetas como ellas solas; tenían un estilo peculiar para bailar: columna erguida, mirada al frente, nunca hacia los lados, y sus pasos, al muy estilo de las películas del cine de oro mexicano de boleros y danzones.
El movimiento de caderas muy bien sincronizado, sensual y nunca vulgar. Los «maistros» que se atrevían a bailar con ellas debían igualmente reunir ciertas condiciones: bien vestidos, respetuosos para poner la mano izquierda atrás, en la espalda, justo en ese punto donde termina la columna vertebral, mejor conocido como la colita. La mano derecha debía de formar junto a la de ellas una especie de ángulo en L y los dedos rozando levemente y nunca entrelazados. Era todo un show verlas y verlos bailar.
¿Por qué no me dejas? Yo sé por qué;
¿será que a ti te gusta el merecumbé?
¡Ay! ¿Por qué no me dejas? Yo sé por qué;
¿será que a ti te gusta el merecumbé?
Me dicen que es sabroso, y yo no sé por qué;
¿será el merecumbé que yo bailo sabroso?
Tú me dices: «Negrito lindo,
te lo ruego, no me abandones,
si me dejas, no sé qué haré
si te gusta el merecumbé».
El popurrí iniciaba con Los Melódicos, seguido de la Billo’s Caracas Boys; Benny Moré; La Sonora Matancera; Daniel Santos; Bienvenido Granda, el Bigote que Canta; Celio González; Tony Camargo; Los Flamers; los Hermanos Flores, pasando por el «I Wanna Wish You a Merry Christmas» de José Feliciano.
Esta «playlist», ya clásica, de grupos y cantantes era parte obligada de toda Navidad y fin de año; aquí salían a relucir los acetatos bien cuidados que formaban parte del patrimonio familiar y que muy orgullosamente se mostraban a cualquier visita.
Mi madre los tenía guardados a la par de un póster de J. F. Kennedy y una postal de la Virgen de Santa Ana. Aún tengo presente en la retentiva auditiva el sonido de la aguja raspando el disco con una penny o una cora sobre ella para evitar saltar los rayones.
Me hacen daño tus ojos,
me hacen daño tus manos,
me hacen daño tus labios,
que saben fingir;
y a mi sombra pregunto
si esos labios que adoro
en un beso sagrado
podrán mentir.
A medida que avanzaba la noche y los tragos comenzaban a tener su efecto, no faltaba el chabacán que aprovechando el cambio al ritmo de la Sonora Dinamita comenzaban a hacer el pase de la vaselina, el mico trompudo, tengo chicle en el zapato, la cortadora de café, cortando el zacate, arrancando la moto, era «showtime».
La Chele Ana, mi tía Margot y mi nana estoy seguro que estarán sufriendo porque con esto de la COVID-19 no saben cómo diablos van a celebrar estas fiestas de Navidad que ininterrumpidamente en sus 45 años de vivir en la USA jamás de los jamases han dejado de bailar.
PD: Todavía no le he preguntado a mi nana la necia razón de vestirnos igual con mi hermano para las fiestas de fin de año, pero sí le doy la razón de haberle hecho los colochos más divinos a mi hermanita, mi adorada mamita chula.