La página de la historia de El Salvador que se escribió el pasado domingo no puede entenderse sin Nayib Bukele, alguien que va más allá de ser un presidente o estadista: es un «animal político», un fenómeno muy pocas veces visto en nuestra sociedad y que ha construido un gran andamio para sacar adelante un país que se sumergía en el caos, la desidia, la corrupción y el subdesarrollo, previo a su llegada al poder.
Como gobernante ha demostrado en un poco más de año y medio que ha trabajado por lo justo, lo bueno y las nuevas condiciones para que el país salga adelante. Fue esto lo que se respaldó en las urnas, con más de 1.7 millones de votos y 56 curules legislativas (con lo escrutado a la fecha), aunado a su gran capital político al servicio de la ciudadanía, no de maletines negros, pactos de cúpulas y visiones corporativistas que por fin desaparecieron.
Así, el presidente Bukele es una figura política que no surge por generación espontánea sino por saber leer e interpretar los tiempos que ha vivido El Salvador en los últimos 15 años. Precisamente a eso se refería el filósofo Platón cuando dijo que el hombre es un «animal político»: alguien cuyo logro máximo es el bienestar de la gente y la felicidad de cada uno de los ciudadanos, acorde a las coyunturas, los actores y las virtudes y los defectos de los grupos sociales.
Su ascenso efervescente desde el municipio de Nuevo Cuscatlán hacia San Salvador, la ruptura con el FMLN y la capacidad de transformar ese rechazo y hartazgo ciudadano en un proyecto concreto a favor de cada salvadoreño es un mérito acorde con las necesidades de hoy, donde debe prevalecer el pragmatismo y las soluciones a problemas cotidianos, en detrimento de la ceguera ideológica y el egoísmo de ARENA, del FMLN, Rodolfo Párker y otros que fueron la cara más visible de poderes fácticos que terminaron feneciendo. Esa fue la fortaleza de Nuevas Ideas.
Además, este liderazgo jamás se había confirmado con el alto crédito que se logró el domingo en cada uno de los centros de votación de todo el país. A conveniencia, las voces que están extinguiéndose dividieron los poderes de Estado, crearon una desarmonía social y empujaron la segregación para poder tener cartas de negociación política y económica. Eso ya no va más.
De igual forma, esa falsa gobernabilidad, esa supuesta «independencia» entre el Ejecutivo, Legislativo y Judicial, lo que creó son feudos enfrentados, mientras en la calle dominaba la inseguridad, la falta de empleo, el hambre y el miedo. Todo eso lo venció el pueblo, que ya venía caminando desde el 3 de febrero de 2019 con Nayib Bukele, y que a cambio vio la luz, luego de una larga y oscura madrugada.
Lo que la ciudadanía validó, con su poder soberano, es que los salvadoreños ya no quieren más divisionismo y que la unidad ha pasado de ser un discurso falaz a una realidad donde los sueños del pueblo no serán robados y sus aspiraciones posibles. Porque leyes a favor de la gente son oportunidades para salir adelante, no monedas a cambio de millonarios sobresueldos y pagos de favores.
Por esto, nunca más falsas fotografías de gente que bajo la mesa pactaba cómo robarle a los más necesitados, mientras simulaba diferencias en medio de curules profanadas por la corrupción de 30 años del binomio «arena-frente», la más perversa alianza que destruyó al país, incluso peor que las fuerzas que le dieron vida al duro conflicto armado y la guerra.
De este modo, el presidente Bukele logró, con su enorme liderazgo, en menos de dos años, lo que se esperó por décadas: el trabajo a favor de la gente, el adiós a los maletines negros y poner la lápida que encerró al último fantasma de la guerra fría, donde ni ARENA ni el FMLN pudieron ni ser gobierno ni oposición real, racional, constructiva y democrática.
Hoy todo pinta diferente y hay que mirar al futuro con el más alto grado de optimismo: la nueva Asamblea Legislativa está a punto de ser una realidad y con esto la mayoría de órganos del Estado trabajarán articulados en función del único interés de un país: el bien común. Eso no es totalitarismo ni ser antidemocrático, es respetar y entender el trasfondo de la voluntad popular.
Es así como Nayib Bukele, el «animal político», conduce al país hacia una nueva forma de hacer política, porque está claro quiénes siguen en este barco con rumbo y quiénes ya se quedaron en el viejo muelle de los lamentos. Su hora ya terminó y la nave zarpó con rumbo definido, sorteando toda adversidad, para hacer un mejor El Salvador. Hacia ahí vamos.