En el famoso programa de televisión por cable «Alerta aeropuerto», como lo conocemos en esta zona del mundo, es frecuente escuchar a los agentes migratorios que uno de los patrones que toman en cuenta para detectar a sospechosos de algún delito es el «nerviosismo». O sea, ponerse nervioso ante la autoridad es un patrón de conducta o actuar que delata algo oculto. Deduzco que el mostrarse nervioso ante la autoridad es parte de los elementos (o algoritmos) que se toman en cuenta para elaborar los perfiles de criminales (entiéndase, del que comete un crimen o viola la ley, no necesariamente de un asesino).
«El que nada debe, nada teme», dice el refrán popular. Estimado lector, ¿usted se pone nervioso ante la autoridad? Si lo hace, es bastante seguro que lo interroguen, y si hay delito, lo arresten. ¿Qué lo delató? El patrón conductual; aunque en estos días algunos dicen que es un abuso que se interrogue y arreste a alguna persona basada en que se puso nerviosa o mostró nerviosismo. Bueno, si hay delito, se debe hacer.
Pero hay otra clase de nerviosismo en El Salvador. Le podemos llamar «nerviosismo político». Este se va acrecentando conforme avanza 2022 y viene el año preelectoral, para luego arribar a 2024 cuando votaremos por presidente, diputados y alcaldes. Si actualmente leemos y vemos ataques desde diversos flancos (partidos de oposición, medios y organizaciones afines a los primeros, personajes de la comunidad internacional, organismos mundiales a favor de la unipolaridad y otros) en contra de la gestión del Estado salvadoreño, al que la población ha otorgado correlación de fuerzas, imaginemos lo que se avecina.
El nerviosismo político es tal que ante los innegables resultados con la aplicación de las estrategias en seguridad, economía, salud, turismo, obra pública, vivienda… se cae en ataques personales burdos; en algunos casos con ofensas e improperios, con Twitter como la campeona entre las redes sociales para ello.
El viejo sistema que salió vapuleado en las últimas dos jornadas electorales se pone muy nervioso ante los resultados de las encuestas que han ubicado al presidente Nayib Bukele con altos índices de aprobación en su gestión y en popularidad. Para colmo, no solo las encuestas que los detractores pudieran calificar de «pagadas» arrojan altas cifras a favor del Ejecutivo, sino también aquellas desarrolladas por afines a ellos.
Los representantes de una de estas encuestadoras tratan de matizar sus propias cifras explicando que si el mandatario tiene buenas calificaciones es porque los consultados están engañados con la publicidad que el Gobierno hace acerca de la ejecución de obras concretas. En definitiva, hay nerviosismo. Una diputada del FMLN llegó al punto de molestarse porque en la Asamblea Legislativa «las decisiones las toma la mayoría». Hay un puñado de operadores políticos que se están agrupando para formar un «frente común» (aunque quieran desligarse de cinco siglas), no solo contra el Gobierno Central, sino contra todo el nuevo Estado salvadoreño que trabaja a favor de la población. Atacan a los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial que ahora tienen correlación de números (poder) gracias a que los votantes la otorgaron libremente. Se les nota muy nerviosos, a tal grado que arremeten incluso contra criaturas indefensas. Realmente bajo.
A escala internacional también hay nerviosismo por lo que está ocurriendo en El Salvador. Y no nos engañemos, no es porque les interese la democracia (o lo que ellos describen como tal). Para nada. Negocios son negocios. Si no veamos quiénes se saludan como grandes amigos tan solo meses después de ofenderse, o, por el contrario, dándose la espalda días después de brindarse mutuas salutaciones.
Pero que no cunda el pánico. La última palabra la tiene el votante salvadoreño; y no creo que vaya nervioso a las urnas el 4 de febrero y el 3 de marzo de 2024; pero sí podría hacer que algunos se pongan todavía más nerviosos.