Un emotivo encuentro entre el paraguayo Héctor Leguizamón y la tumba de su abuelo Agustín Pío Barrios Ferreira, conocido mundialmente como Nitsuga Mangoré, se registró ayer en el campo C del Cementerio Los Ilustres, en el centro de San Salvador.
Es la primera vez que el descendiente del gran guitarrista visita El Salvador para reencontrarse con la memoria, el legado y los restos de su antepasado.
Héctor no pudo contener las lágrimas al momento de hablar de Mangoré, la difícil historia familiar que los marcó, en especial porque su madre (Isabel) ni él tuvieron la oportunidad de conocer en vida al gran maestro, quien escogió a El Salvador como su lugar de residencia permanente desde 1939, y donde quiso morir y ser sepultado.
«Mi madre es hija de Agustín Barrios, no llegó a conocerle como hubiese deseado. Como saben, Barrios salió de Paraguay en 1925 para no regresar y es justamente cuando nació mi madre. Tuve muy pocos comentarios por parte de mi madre porque quería cortar con el pasado, un poco doloroso; pero todo mi mundo, nuestro entorno artístico, todos me miraban como la promesa, la herencia, de que el niño perpetuaría la historia [de Mangoré]. No lo quise asumir en un principio, pero con el tiempo lo que todo el mundo sabía se fue olvidando y la tranquilidad que yo quería conseguir, la conseguí», comparte Leguizamón.
En este primer viaje a El Salvador, el uruguayo se hizo acompañar de algunos amigos muy queridos. Uno de ellos es el salvadoreño Ramsés Calderón (músico radicado en Canadá, ex integrante del grupo Xolotl) y quien durante años se ha ocupado de investigar, documentar y preservar buena parte de la obra original de Mangoré.
Calderón utiliza la palabra «reconectar» para referirse al hecho histórico de la existencia del nieto poco conocido de Mangoré, quien por primera vez visita El Salvador.
«Es un momento histórico para El Salvador, es la primera vez de la visita de un familiar del maestro Agustín Barrios, su nieto, de la segunda familia del maestro Barrios, Héctor Mangoré Leguizamón […] Son momentos trascendentales y emotivos, también. Es una cuestión de reivindicar, de reconectar y sí me hubiese gustado, como le comenté a él muchas veces [a Leguizamón], que hubiese sido fantástico haber conocido a los discípulos directos del maestro Mangoré, mis maestros, pero bueno, yo sé que están aquí», dijo.
El pasado 7 de agosto se cumplieron 80 años de la muerte de Mangoré, por lo que su nieto y amigos aprovecharon la visita al cementerio para rendir un tributo al músico y compositor.
Sobre la tumba, donde se encuentran diferentes placas de agradecimiento al maestro y por cumplirse algún aniversario luctuoso, el nieto (quien es conocido como Héctor Mangoré) depositó un ramo de flores frescas, sobre todo de clavelines rosados, blancos y rojos.
Luego, la guitarrista mangoreana Elina Chekan interpertró dos melodías originales del paraguayo: el preludio de «La catedral» y «Una limosna para el amor de Dios», que fue la última composición de Mangoré, posiblemente creada en 1943 o 1944, a solo meses de que falleciera el maestro.
MANGORÉ
Nació en San Juan Bautista de las Misiones, el 5 de mayo de 1885. Murió en San Salvador el 7 de agosto de 1944. Dotado de gran facilidad para la música, alternaba el violín con la flauta y el arpa, aunque eligió la guitarra como su instrumento principal. Luego de graduarse en el Colegio Nacional de la Capital, en Asunción, comenzó a presentarse en conciertos y a componer. Llegó a El Salvador invitado por el presidente Maximiliano Hernández Martínez.