Por Atilio Flores / Crítica de cine La Claqueta
«Acérquense y contemplen uno de los más grandes misterios inexplicables del universo. ¿Es un hombre o una bestia?», es la pregunta guía con que parte la nueva tesis del director mexicano Guillermo del Toro con su cinta «El callejón de las almas perdidas». Basada en la novela homónima de William Lindsay Gresham, Del Toro nos pone entre la espada y la pared de identificar aquello que nos hace realmente monstruos, algo que remarcó bastante bien en su película «La forma del agua», de 2017. No obstante, aquí renuncia totalmente aquello místico que podría englobar su mundo de monstruos y que ahora decanta literalmente en el monstruo que yace dentro de cada uno de los seres atormentados por la existencia misma.
La historia nos va acorralando a identificar la banalidad con que los pecados capitales danzan con los protagonistas de la trama guiada por los ojos de Stanton Carlisle (Bradley Cooper), como aquel que busca una redención a un pasado tortuoso y que, como muchos, desea un borrón y cuenta nueva que le acerque a la felicidad. Es así como llega a lo que podría considerarse un hogar para él dentro de una feria en el condado donde, sin imaginarlo, aprendería el ilusionismo.
Esta primera mitad de la película transcurre de manera lenta y apacible tal cual el estilo de su director. Jugando con las sombras de lo siniestro que puede marcar la vida detrás de un carnaval constante en donde sus personajes recuerdan el folclor pueblerino que encierran las fiestas patronales y que marcan lo sombrío que puede desentrañar la ilusión y la mentira.
Bradley Cooper, sin duda, se ha constituido en los últimos años en un actor bastante polifacético donde le vemos saltar de comedias a dramas e incluso pasar por los musicales. Su actuación realmente intriga, más no deslumbra como en otras ocasiones. Similarmente, se puede decir lo mismo del interés amoroso que encarna Rooney Mara como Molly Cahill, al dar un personaje que raya en lo cándido, despojado incluso de aquella magia que conecta a la ilusión que pretende dar con su consagrado show ilusionista y que monta a dúo con Cooper en las ciudades y lugares de prestigio.
Sin embargo, es hasta en el segundo acto con la inclusión de Dra. Lilith Ritter (Cate Blanchett), una «femme fatale» que evoca un parámetro realístico y de sexualidad, llevado a cabo de manera sensacional contra el protagonista. Su presencia en el filme marca un paso voraz entre ver quién de los dos es el ilusionista perfecto entre la soberbia y el orgullo de desenmascarar quién tiene la razón sobre aquello que cree ilusionar. No obstante, como lo diría la propia Ritter: «Eres un hombre pequeño, insignificante. No engañas a la gente, Stan. Se engañan a sí mismos».
Aparte de las actuaciones adicionales que enriquecen cada acto, como la de Toni Collette como Zeena Krumbein y la de Willem Dafoe como Clem Hoately, «El callejón de las almas perdidas» se plasma de una excelsa fotografía abonada por su diseño de producción y vestuario que incluso pudieron funcionar en un perfecto blanco y negro que retrata el lúgubre y misterioso cine negro de los años 50 dentro de esta ambientación, así como del suspenso psicológico que encierra en cada una de las escenas que gozan por descubrir lo anormal dentro de lo «normal».
Sin duda, Del Toro faltó en las nominaciones a los Óscar de este año como mejor director y también guion adaptado. Sería de ver qué lugar le da el cine a esta nueva oda a lo clásico, mientras nos dejamos seducir por el pecado constante del ser humano y su inevitable e irrefutable temor a perder la vida y, descubrir con ello, si somos hombre o bestia.