Cada pueblo en la Tierra debió en determinado momento decidir hacia dónde continuar para alcanzar sus sueños o utopías. Hacerlo en la misma dirección, cambiar de rumbo, iniciar un nuevo camino, modificar la ruta, replantear sus objetivos han sido parte de las decisiones importantes que milenios, siglos o décadas después tuvieron sus resultados positivos o negativos. No plantearse estas disyuntivas y actuar en concordancia no produce más que estancamiento y, por tanto, retroceso frente a la realidad cambiante.
La dinámica política-social que El Salvador atraviesa lo pone en ese «momentum»: definir su ruta que lo lleve a mejor destino, pues no creo que nadie, o al menos la gran mayoría de ciudadanos, desee continuar por el camino que durante las últimas décadas se recorrió con resultados desfavorables, con pírricos avances que en el menor descuido se convirtieron en mayor retroceso. La mejor prueba es que seguimos siendo un país subdesarrollado, lejos del sueño de lograr una mejor sociedad planteado hace 200 años.
Sin importar qué sistema político-social prevalecía en el momento de decidir qué camino tomar, muchos pueblos construyeron, en algunos casos desde la nada, los cimientos que los llevarían a lo que son hoy. Algunos tomaron todo lo que consideraron bueno o provechoso de anteriores o contemporáneos gobiernos, imperios, teocracias, reinados, senados, democracias y otros modelos de gobernanza. Y con lo propio dieron origen a lo que son actualmente, no sin tener que vencer miedos, retos, amenazas y recelos.
¿Qué clase de nación seremos en 10 o 20 años? ¿Estamos poniendo buenas bases para construir con las medidas correctas? ¿Cómo decidiremos qué ruta tomar?
Después de 30 años de decepción, los salvadoreños, me parece, estamos trazando las líneas de la nueva ruta. Iniciamos en 2019, cuando democráticamente (siendo este el sistema que impera) decidimos que era momento de no dar más oportunidades a los dos partidos tradicionales, llevando al Ejecutivo a Nayib Bukele con GANA. Luego, en 2021, decidimos, también democráticamente, crear correlación entre el mandatario y el Legislativo, dando mayorías a Nuevas Ideas y GANA. Así, depositamos en estos institutos políticos la confianza para que tomaran las mejores decisiones por medio de sus diputados, pues deseábamos un nuevo rumbo. No falta quienes, por supuesto, añoren el pasado.
A dos años de presidencia de la república y seis meses de la nueva legislatura, hemos visto los resultados de la decisión tomada en dos votaciones. Ha sido un período de grandes transformaciones, innegables, de grandes avances, del renacimiento del orgullo nacional, de saldar deudas históricas, como la ley del voto en el exterior, ley del agua, reformas sustanciales, mejores índices de seguridad, crecimiento de los indicadores económicos a pesar del mortal golpe del coronavirus, ejecución de proyectos de red vial, una pronta reforma de pensiones, una criptomoneda de curso legal, una aerolínea con bandera salvadoreña… y se vienen el Tren del Pacífico, nuevos anillos periféricos, una moderna ruta ferroviaria, puesta en marcha del puerto de La Unión, reformas necesarias a la Constitución, entre otros proyectos.
Es parte de la naturaleza humana oponerse a lo nuevo, tenerle desconfianza por desconocimiento o rechazarlo si no va acorde con los propios intereses, sin importar los del colectivo. Ha ocurrido históricamente y seguirá registrándose. Pero los pueblos no pueden ser engañados eternamente. Tarde o temprano despiertan, pero solo de ellos depende hacerlo para cumplir sus sueños o nunca salir de la pesadilla.
Podemos regresar a la clase de gobiernos que tuvimos con los dos partidos tradicionales que se encaminan a la extinción, ARENA y FMLN, y con estos las políticas de los sobresueldos, plazas fantasmas, proyectos estancados, retroceso de indicadores económicos, los maletines negros, centros penales en manos de las pandillas, justicia selectiva, teoría del rebalse que favoreció a unos pocos, ONG recibiendo millones de dólares sin control, sistema de salud en ruinas, delincuencia desbordante…
Tenemos en nuestras manos la oportunidad de construir la ruta que nos lleve a un mejor destino.