El 30 de octubre de 1938, cerca de 12 millones de estadounidenses se encontraban expectantes a las informaciones provenientes de un supuesto noticiero radial que, en vivo, daba cuenta de lo que parecía ser una invasión por parte de un ejército de seres provenientes de Marte. El veinteañero Orson Welles llevaba semanas haciendo adaptaciones radiofónicas de obras literarias para la CBS y se suponía que esta sería una más. Sin embargo, el grado de realismo y el despiste de la audiencia hizo que la situación fuera más que un divertimento y se transformara en el momento ícono para la reflexión sobre el poder de los medios de comunicación en la audiencia y el poder sugestivo de la imaginación.
Cincuenta y nueve minutos de ficción auditiva propiciaron miles de llamadas a servicios de emergencia, grandes aglomeraciones y raudos traslados de radioescuchas atemorizados por la situación que se describía. «Señoras y señores, esto es lo más terrorífico que nunca he presenciado… ¡Espera un minuto! Alguien está avanzando desde el fondo del hoyo. Alguien… o algo. Puedo ver escudriñando desde ese hoyo negro dos discos luminosos… ¿Son ojos? Puede que sean una cara. Puede que sea…», señalaba parte de la adaptación a H. G. Wells, mientras el pánico se apoderaba de los auditores que hicieron caso omiso a las cuatro «advertencias» que recordaban que el contenido de la transmisión no era real.
El efecto provocado en la audiencia ha sido estudiado y explicado desde distintas perspectivas; sin embargo, quisiera reparar en el hecho de que todo lo sucedido es gatillado sin más herramientas que literatura, voz y sonido. La imaginación requiere de muy pocos recursos para transportarnos verdaderamente a otro lugar, pero necesita del espacio suficiente para desplegarse. A veces, ese espacio puede ser tiempo; en otras oportunidades, la simple voluntad de abstraernos. En cualquier caso, si algo hemos perdido en las últimas décadas es la capacidad de darle ese espacio a la imaginación.
Durante años hemos estado construyendo una relación casi patológica con la imagen dada, con la figuración propuesta, con un espacio preconfigurado en el que nuestro deseo de construcción pareciera ya no tener cabida. Por ello, pensar en las formas atávicas de imaginar y sentir puede resultar una alternativa para el laberinto de lo siempre ofertado y nunca propio. El catálogo no es amplio, pero pensar en lo que ayer fue el radioteatro y hoy se nos presenta bajo la forma de audioseries de pódcast es una alternativa para encontrarnos con nuevas viejas formas de escuchar.
El exceso de realidad puede producir el daño irreparable de dejarnos sin imaginación; por ello, la audioserie «Caso 63» (disponible en Spotify) representa un magnífico comienzo de reencuentro con el silencio de una habitación y la entrega a la coconstrucción de una narración similar en atención e inmersión a lo que pudo haber significado la adaptación radiofónica de «La guerra de los mundos».
Lo humano es relato. Somos narrados desde antes de nacer, vivimos de contarnos historias a nosotros mismos y a otros, pero entre tanta pantalla y luz azul, a veces, nos olvidamos de que basta con cerrar los ojos y simplemente escuchar. Con voz, palabra y sonido, «Caso 63» invita a reflexionar e imaginar el mundo de hoy y el de mañana, pero recuerda, al igual que la dramatización de «La guerra de los mundos», es ficción… ¿o no?