Se conmemora cada 12 de octubre el encuentro de dos mundos: Europa y América, pero es más correcto hablar del «reencuentro» de dos grupos humanos separados, no solo físicamente sino también cultural y socialmente, desde el fin de la Edad de Hielo, cuando el estrecho de Bering dejó de ser ese puente físico entre Asia y el norte de nuestro continente americano.
A este «reencuentro» suele dársele una connotación negativa; sin embargo, existe una corriente académica de revisionismo histórico que está replanteando las realidades del encuentro y la Conquista, cuestionando la retórica tradicional sobre estos hechos y valorizando con justicia, pero con un sentido positivo, la construcción de nuestra realidad presente. No podemos negar las tragedias a consecuencia de la Conquista; pese a ello, tampoco podemos negar la grandeza de la cultura hispanoamericana que logramos ser.
¿Por qué Occidente fue la primera civilización que se impuso sobre el planeta? ¿Por qué no China o los turcos, grandes imperios en el siglo XV? Occidente se impuso porque conjugó, en ese momento, tres factores universalizadores de la visión europea: comercio, imperio y religión.
Comercio: La caída de Constantinopla, en 1453, fue el punto de inflexión. Ocurrió 39 años antes del arribo de Colón a las Antillas. Con la caída, las rutas comerciales hacia oriente se cerraron para Europa y esto propició el patrocinio de viajes de exploración y colonización para establecer rutas comerciales alrededor de África, rutas que controlaron portugueses, italianos y holandeses. Si el naciente reino unificado de Castilla y Aragón quería encontrar una ruta comercial viable con Oriente, sin duda, debía mirar hacia otro lado.
Imperio: El gran imperio romano se dividió en dos. El de Occidente había caído en el año 472 y el imperio de Oriente, el bizantino, le sobreviviría 1,000 años más hasta la ya mencionada caída de Constantinopla. En ese entonces había en Europa una enorme añoranza por su pasado imperial, por su grandeza y refinamiento. Subsiste el pensamiento de la estabilidad que supone un imperio unificado. El imperio se consolida desde adentro, pero se construye hacia afuera. No podemos obviar tampoco que el nieto de los reyes católicos Carlos I de España (V de Alemania) se convertiría a la postre en la cabeza del sacro imperio romano germánico, es decir, emperador del mundo occidental.
Religión: Europa era conocida como la cristiandad. El pensamiento religioso cristiano era la creencia unificadora de Europa; bajo la bandera de la cruz, Castilla y Aragón lograron la reconquista de la península ibérica después de 900 años de ocupación musulmana. Y no dejemos de lado que la fe cristiana es, de hecho, universalizadora: «Id y hacer discípulos a todas las naciones».
En consecuencia, estos factores volvieron inevitable el encuentro y la Conquista en la forma en la que ocurrió.
En ese contexto, en nuestro continente las corrientes migratorias, de norte a sur, permanecen nómadas y seminómadas en las regiones más frías; en las zonas tropicales y ecuatoriales establecen asentamientos regulares y estructurados, donde el clima facilita los cultivos y florecen civilizaciones complejas, con estructuras políticas, sociales, religiosas y económicas desarrolladas y que guardan algunas similitudes con la cultura occidental. No es casualidad que los virreinatos de Nueva España y Perú se establecieran en las zonas de mayor desarrollo de la historia antigua. Estos virreinatos aprovecharon la realidad existente para funcionar. Mesoamérica y la zona andina reunían condiciones para ser grandes asentamientos con figuras de autoridad central definida, tributación, santuarios, costumbres como la peregrinación a lugares sagrados, casta sacerdotal y guerrera, organización del trabajo comunal, etcétera. El aprovechar estas condiciones fue posible gracias a los aliados indígenas; conviene recordar que, por ejemplo, el ejército conquistador en Centroamérica estaba compuesto por 250 españoles, tres cañones y 5,000 indígenas.
Debemos entender que en todo este proceso la conquista militar no basta, es insuficiente. La presencia europea es perdurable porque se sostiene en un proceso simultáneo de colonización. Esto implica la introducción de nuevas tecnologías, nuevos usos y costumbres, de animales de tiro, de cultivos, metales, nuevas expresiones de arte, etcétera. Y se complementa con la asimilación de usos y costumbres, cultivos, explotación de animales y tecnologías locales, asimilación de formas de arte local, etcétera.
Y, además, un aspecto muy importante: la conquista espiritual. Esta fue labor de los frailes y misioneros, no solo como divulgadores de su fe, sino también como educadores y constructores de sincretismo religioso, aunque esto último no lo hicieran solos y no siempre fue a propósito. Nuestras raíces indígenas, además de las raíces africanas, nos construyeron bajo una visión profunda del mundo, con una marcada espiritualidad, misticismo y religiosidad ritual que facilitaron la labor de los frailes.
En consecuencia, nosotros, quienes estamos ahora, debemos reconocer que tenemos un pensamiento principalmente occidental; somos occidentales-europeos, tenemos un idioma europeo, una religión europea, una cultura europea —producto de procesos europeos—, con todas sus adherencias, incluso algunas racialmente —que es lo de menos—, a fin de cuentas, lo que nos hace ser lo que somos es el mundo que llevamos en la cabeza, y ese mundo y el conjunto de sus representaciones tiene su origen en Roma, Grecia y Judea. En lo político y legal, en lo filosófico e ideológico, en lo estético y artístico y también en lo religioso.
Cuando vemos y estudiamos esos mundos, reconocemos raíces de nuestro mundo. Asimismo, cuando identificamos, ponderamos, valoramos y entendemos nuestras raíces indígenas y africanas como parte ineludible de la hispanidad americana también reconocemos y nos reconciliamos con nuestra historia, porque debemos entender que nuestra cultura hispanoamericana es el resultado del encuentro de dos visiones del mundo separadas, según los antropólogos, desde hacía aproximadamente 12,000 años: la visión occidental europea y la visión de los pueblos originales que se extendieron y colonizaron este continente.
Tomar conciencia de esto vuelve el hecho histórico, con todas sus luces y sombras, del encuentro y la Conquista que dio origen a Hispanoamérica, como uno de los hechos más extraordinarios de la historia de la humanidad.