Tal como expresó el maestro Heráclito de Éfeso: «En el constante fluir del universo nada es y todo deviene». Esta postura nos muestra que la vida es un constante cambio y que nada se detiene, o se avanza junto con la realidad o se estanca y por tal se involuciona. Temer al cambio es no comprender que todo es movimiento, y cada circunstancia de la vida se supera solo cuando se fluye en la transformación del ser y del hacer social.
El Salvador, al igual que el mundo, atraviesa una etapa de profundos cambios; de un modelo de gestión administrativa y política basado en el poder de pocos, a uno que trata de empoderar de la verdad social a las grandes mayorías. Ciertamente, la vida en sí misma es una contradicción necesaria para que se prolongue la lucha de contrarios y así se supere en una evolución clara y determinante.
No se puede ni se debe mantener en un estadio de existencia inmóvil. Eso es contrario a la realidad y a las necesidades del devenir histórico. Es por ello que, así como cada persona debe saber adaptarse a los cambios y así sobrevivir, una nación que quiera mantenerse en el tiempo y dar una mejor vida a sus habitantes necesita, a su vez, adaptarse a las nuevas realidades mundiales; por supuesto, sin ir contra la dignidad y los derechos fundamentales del ciudadano.
No obstante, para que el país se enrumbe en los nuevos tiempos y se adapte a una forma de vida social, económica, política e incluso cultural, debe comprender, tal como establece Friedrich Hegel en la «Fenomenología del espíritu», que «el estado es la suma de todas las conciencias»; que todos y cada uno de los pobladores de esta pequeña patria deben poner esmero en la voluntad de cambio y no temer al mismo.
La vida es y debe ser un punto medio, un aprendizaje significativo de las contradicciones; no un termómetro que solo mide temperatura (pasivo), sino más bien como un termostato, que modifica la temperatura (acciona). Así pues, cada persona debe tomar conciencia de que los cambios son no solo necesarios, sino acción pura de la existencia, y, por tal, se le debe dar el beneplácito a la nueva administración pública, a fin de que muestre que los cambios que lleva a cabo serán ante todo en beneficio de la población salvadoreña.
Cambiar el pensamiento rígido por uno abierto a las nuevas realidades es de suma importancia en la actualidad del país. Es normal tener miedo, ya que es una emoción natural, pero no se debe caer en el temor (emoción artificial), mucho menos cuando es por parte de sectores que tradicionalmente han querido mantener estancado el rumbo del país. Es tiempo de que los salvadoreños se monten a la maquinaria del cambio y sean artífices de su propia libertad y justicia social. Solo así El Salvador podrá alcanzar niveles de progreso como los que soñaron todos los salvadoreños que dieron la vida por un mejor país.