El dolor y la tristeza que embarga a las familias que perdieron a un ser amado por el coronavirus jamás desaparecerá, y las celebraciones de Navidad y fin de año ya no serán iguales, porque la COVID-19 nos quitó a alguien de los nuestros.
Hoy, en el seno familiar falta una abuela, un abuelo, una madre, un padre, un hermano, una tía, un hijo, un amigo, un compañero… En fin, ese espacio en la mesa nadie lo podrá llenar.
Pero ese vacío se hace más grande cuando a la memoria de esta familia viene el recuerdo de las circunstancias en las que murió su pariente: en una cama de un hospital rodeado de gente que nunca en su vida había visto, suplicando quizás auxilio por alcanzar un poco de respiración, alejado de esos seres queridos que desde sus casas también estaban destrozados y sufriendo.
Seguramente nunca nos imaginamos que llegaría un día en que uno de los nuestros moriría y que no nos íbamos a poder despedir, no ver su rostro por última vez, aunque sea dentro de un cajón, no poder desahogar esas lágrimas tocando el ataúd y ni siquiera poder estar cerca el día del sepelio; ese dolor será insuperable de por vida.
El solo hecho de imaginarlo me entristece el alma, no digamos como se siguen sintiendo aquellos que lo vivieron en carne propia y que vieron de lejos pasar una patrulla policial abriendo camino con sirena abierta, atrás de ellos un carro del Ministerio de Salud y luego un vehículo de funeraria con un féretro en el que iba el fallecido que era ese ser tan amado, querido y adorado por la familia.
Desde que inició la pandemia, he asistido a unos 10 sepelios con protocolo COVID-19, así como enterraron al pariente que usted perdió en esta pandemia. Las expresiones de dolor eran más que desgarradoras en aquellos familiares que no volvieron a tocar o a mirar a los suyos, y tuvieron que conformarse con ver entrar a los cementerios a las que yo llamo las carrozas del dolor.
Nadie que no ha pasado ese momento puede comprender ni sentir el dolor y la tristeza que usted siente por haber perdido a su familiar en esta pandemia, y las palabras de pésame, de solidaridad y aliento no bastan para llenar ese vacío que ahora usted lleva sin su ser amado arrebatado por la COVID-19, pero lo único que le puedo decir es que al igual que usted hay cerca de 2 millones de familias a escala mundial que también están pasando por ese episodio difícil de sus vidas y que ellos sí comprenderán lo que usted siente en su alma, en su corazón y su mente.
Aquí cerca, en El Salvador, en su departamento, en el pueblo, en el barrio, en el caserío, en el cantón, en su comunidad, quiero decirle que también hay alguien que perdió a un ser querido a causa del coronavirus, y platicando entre sí quizá se puedan comprender y desahogar un poco esa tristeza y ese dolor reprimido que ha causado el mortal virus.
A muchos la pandemia los ha dejado sin trabajo, sin su negocio; otros tuvieron que recurrir a sus pocos ahorros; también hay unos que han quedado más hundidos en la pobreza, pero nada de eso se compara con la pérdida de un ser querido y menos en las circunstancias por la pandemia.